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Con vistas al Naranco

Connie

Despedida a la mujer que vivió ante la Casa Blanca

Se hacía llamar Connie, como la nieta de Maura, autora de "Doble esplendor", primera divorciada de la República. Una, por Concepción; la otra, más propio de la paciente lucha de ambas, por Constanza. Las dos, y aun Constance, la mujer de Oscar Wilde, tuvieron relaciones de pareja problemáticas.

Me enteré de la muerte de Connie por un leve homenaje de Arguiñano. Yo, como el mediático cocinero, la conocí en su tenderete a la puerta/verja de la Casa Blanca. Me acompañaba, entre otros, el gran librero Alberto Polledo. Empezó luchando contra la custodia de su hija a su marido yanqui y, cuando la chica cumplió la mayoría sin querer saber de su madre, Connie/Concepción transformó su protesta adhiriéndose a un vecino de acampada contra el rearme nuclear.

Guardo fotos enfundada en su casco que, ahora leo, era por supuestos "rayos enviados desde el despacho Oval", aunque me dijo necesitarlo tras un golpe policial.

Conservo una de sus piedras coloreadas con la "paloma de la Paz". La tengo junto a las del Muro de Berlín y alguna, sin pintarrajear, de los de Palestina y de Nicosia/Famagusta, incluso al lado de areniscas próximas a las Lamentaciones/Jerusalén, a la tumba genovesa de Constance Wilde, al mausoleo libio de Al-Mukhtar... Mantellín de abalorios destacan Francisco Carlón/Carmen Ruiz en "Naturaleza de Besullo en Casona".

En "El último día de Terranova" se menta la Piedra del Rayo, fecundada al penetrar la tierra. Connie, gallega como el novelista Rivas, no sé si conocía la leyenda romántica de esas piedras que superan la talla artesanal humana. En las divisiones de Chipre, Cisjordania o la capital alemana, entiendo hay pizca demoniaca y/o antirromántica.

Pérez de Castro pronunció en Valdediós una memorable conferencia sobre la mitología de las piedras, en cuyo numen ("Geografía sagrada de Asturias") profundizaron Juan Luis R. Vigil/Ramón Rodríguez. Enrique Álvarez Areces, del IGME, ha estudiado, a su vez, con sobresaliente académico, la pedrería del Camino. Araceli Rojo/Luis Valdeón, discípulos de la inolvidable Rosa Esbert, nos ilustraron, en el reciente Congreso del Prerrománico, sobre la huella de la petrología.

A esta Connie le faltaba probablemente un tornillo, pero, como le pasó a Arguiñano, no dejaba de humanizar e inquietarte. En cualquier caso, ha fallecido lamentando que ningún presidente se hubiera dignado saludarla. La otra Connie, Mora y Maura, contó para la edición inglesa de sus memorias con el prólogo de Eleanor, la mujer de Roosevelt.

En ninguno de sus obituarios se cita el destino de su pedernal, única memoria que le sobrevivirá cuando algunos olvidemos.

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