Gracias, muchas gracias, por haberme invitado a pronunciar el que será ya el quinto pregón de Semana Santa de Grado. Mis antecesores me han dejado el listón muy alto y me va a costar estar a la altura pero como a mí me gustan los retos, vamos a intentarlo.

Fue pionera, en el 2012, mi colega y amiga la Dra. Alicia Laspra a la que tantas cosas tengo que agradecer. Si bien a los dos siguientes pregoneros no he tenido el gusto de conocer, me refiero aquí a D. José Gonzalo de la Huerga Fidalgo, Magistrado y Miembro del Consejo de Gobierno de la Xunta de Galicia y a la Dra. Isolina Riaño Galán, Jefe de Pediatría del Hospital San Agustín de Avilés. No me sucede lo mismo con mi inmediato antecesor, Monseñor Juan Antonio Menéndez, obispo de Astorga, que comenzó su andadura como párroco en cierto lugar que, al contrario de lo que decía Cervantes, yo de cuyo nombre sí quiero acordarme y al que luego me referiré.

Creo que fue en el mes de noviembre, sí recuerdo que era viernes y ya casi por la noche, cuando sonó mi teléfono, nada raro evidentemente en nuestros tiempos. Lo poco frecuente era la propuesta que me llegaba del otro lado, la de estar aquí hoy con todos ustedes, anunciar el pregón de una celebración, la de Semana Santa, y nada más y nada menos que en una villa que me es tan cercana porque, dirán ustedes, que la pregonera debería ser moscona, como los anteriores, así que me he propuesto demostrar que si bien no soy nacida aquí tengo un profundo cariño a esta villa que me conozco muy bien y a la que me unen gustos, tradiciones y devociones que les voy a manifestar en los próximos minutos. Será este un pregón de amor, de gratitud y de fe.

No les descubro nada nuevo al decirles que el concejo de Grado limita al norte con Candamo y Las Regueras, al este con Proaza, Santo Adriano y Oviedo, al oeste con Belmonte de Miranda y Salas y al sur con Yernes y Tameza y Teverga. Pero lo que no sabrán muchos de ustedes es que esta pregonera que hoy les acompaña es tevergana, así que ya ven que si bien no soy moscona, sí de la oreya llarga. Y de los moscones y teverganos podría decirse lo mismo que de gallegos y asturianos, todos primos hermanos. Crecí en el pueblo de Quintanal, parroquia de Villanueva, en el valle de Valdecarzana, donde el primer marqués de mismo nombre fue el mayor poseedor de vasallos y de cotos jurisdiccionales. El grueso de los bienes amayorazgados estaba englobado en una serie de vínculos que se perpetuaron dentro de la familia a lo largo de varios siglos y que se concentraba principalmente en el valle de Valdesampedro, de donde procedía el linaje para posteriormente incrementar lo recibido con la agregación de los cotos de Villanueva y Coalla aquí en Grado. Así que miren ustedes por donde que hasta tenemos en común a dicho marques de cuyo nombre en este caso, casi es mejor no acordarse.

Pero dejemos al marquesito y volvamos a mi infancia, al pueblo de Quintanal de donde guardo tantos recuerdos entrañables, de esos que cuando se viven parecen insignificantes pero que a medida que pasan los años se vuelven grandiosos. Yo recuerdo, por ejemplo, que las noches de verano dormía con mis abuelos, mi abuelo se marchaba muy temprano a atender el ganado, a brañar, y mi abuela a sus quehaceres diarios pero, lo primero que hacía, era fregar con mucho esmero la chapa de la cocina, yo desde la cama oía el ruido de la lija sobre la chapa y lo revivo con inmensa nostalgia cada vez que yo lo hago aunque, he de confesar, que ni una sola vez me ha quedado como a ella, creo que por eso le he comprado una tapa que esconde las imperfecciones.

Por aquel entonces, cuando alguien se casaba, si la boda era sencilla nos íbamos de convite a alguno de los restaurantes de San Martín de Teverga pero claro que si el asunto era de más copete entonces ya veníamos a Grado. Lo mismo sucedía con la ropa, de hecho, hasta para el día de mi boda vine a comprar aquí mi flamante vestido, no les diré dónde para no hacer gratuita publicidad aunque de mucho amor lo haría. Años, después, con el mismo amor volví con mi hija mayor para su vestido de comunión.

Y es que Grado es tierra de cruce de caminos. En este concejo confluyen y divergen dos de los itinerarios culturales y vías de comunicación más importantes de la historia europea: el Camino de Santiago Primitivo y el Camín Real de la Mesa, antigua calzada romana.

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Y si hablamos de huerta, justo es hablar también de ferias y mercados. Pocas cosas habrá tan importantes en Grado como su mercado tradicional. La historia e incluso el nacimiento de la villa tienen mucho que ver con esta cita comercial que hoy en día sigue vigente.

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Pues bien, tras este breve recorrido por fiestas, mercados y tradiciones llegamos a las devociones, a la Semana Santa, tiempo en el que cada católico recuerda los comienzos de su religión y la culminación de la vida terrenal de Jesús. Cada día de la semana conmemoran los sucesos de aquella época, hagamos un brevísimo repaso por cada uno de los días de Semana Santa.

El Domingo de Ramos recuerda la llegada de Jesús a Jerusalén, la Tierra Santa. (...) El Lunes Santo, Jesús vuelve a Jerusalén y se dirige al templo, pero lo encuentra convertido en un mercado.(...) El Martes Santo es el día en el que Jesús anuncia su muerte, causando un gran pesar ante sus discípulos. El Miércoles Santo recuerda el momento en el que Judas, uno de los doce discípulos del Señor, se pone de acuerdo con los enemigos de Jesús y se ofrece a entregarlo a cambio de 30 monedas de plata. El Jueves Santo la Iglesia Católica conmemora la Eucaristía en la Última Cena de Cristo. (...) Llega el Viernes Santo momento en que Jesús es sometido a un juicio y torturado. (...) Al mediodía es crucificado. Durante el Sábado Santo Jesús permanece en el sepulcro. (...) Y así alcanzamos el Domingo de Pascua que es Domingo de Resurrección, día en el que Jesús sale de su sepulcro.

La Semana Santa debe ser tiempo para reflexionar, para parar un momento en esta vida que llevamos tan loca y pensar que si alguien ofrendó su vida para que vivamos en paz, bien merece que recapacitemos sobre aquellas cosas que podemos hacer para realizar cambios positivos en nuestras vidas, en lo que nos rodea, en nuestros trabajos, en nuestras familias. Tenemos que ser conscientes de tantas cosas que nos pasan inadvertidas:

1. Despertamos cada día. Tan sólo el hecho de despertar es algo por lo que debemos de estar agradecidos. (...)

2. Un nuevo día para aprender y ganarnos el pan. Agradezcamos todos los días la oportunidad que tenemos para aprender algo nuevo y más si encima tenemos la fortuna de tener un trabajo. (...)

4. Un hogar en el que vivir, comer, dormir. Realmente somos afortunados si no somos de aquellos que viven en un coche, en una casa o edificio abandonado, en una choza o en un banco de un parque.

5. Comida. La mayoría de nosotros no nos hemos visto en la necesidad de hacer colas de 2 y hasta 4 horas para comprar un poco de pan o algunos huevos. (...).

6. Amigos, familia, hasta mascotas. La mayoría de nosotros tenemos una o más de estas cosas en la vida. En algunas partes del país y del mundo, hay personas y niños que están solos.

7. Vivimos en un país democrático o por lo menos sin dictadura. (...)

8. Cada momento agradable de nuestras vidas. Hay muchos momentos durante el día que tenemos experiencias agradables con nosotros mismos y con los demás que debemos agradecer, porque todos esos momentos juntos son los que conforman la paz y la felicidad de cada ser humano.

9. Que tengamos salud cada día. Con salud podemos hacer todo lo que queramos, cumplir nuestras metas y sentirnos bien con nosotros mismos.

Y si todo esto somos capaces de hacerlo juntos, en comunidad qué mejor. Por eso no puedo terminar sin dar la enhorabuena a quienes, en el año 2010, impulsaron la Cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y a todos los que después se fueron uniendo a ella. Dentro de la Iglesia, una cofradía es una asociación de bautizados, unidos para hacer el bien y ayudarse en su vida cristiana tratado de buscar el fomento de una vida mejor. El sacerdote D. Manuel Amezcua en su libro "Iglesia en Camino", abogaba ya en el año 1998 por una cofradía renovada y proponía diez formas de construir y revitalizar una cofradía, permítame que yo me incida aquí en tres de ellas:

1. El amor al prójimo debe ser concreto y real, y no fingido o superficial (...).

2. Hacer que la Cofradía sea un ámbito de participación creativa y comunitaria, sin protagonismos individualistas, para la búsqueda de objetivos comunes que ilusionen a todos.

3. Poner tanto amor, tanta reciedumbre y tanto tesón que las dificultades no puedan ocultar la luz en el servicio al prójimo más necesitado y en los lazos de la amistad cofrade. (...)

Vivan su Semana Santa, disfruten de estos días, regalen amor y agradecimiento en la misma medida pues decía el poeta Virgilio que "Mientras el río corra, los montes hagan sombra y en el cielo haya estrellas, debe durar la memoria del beneficio recibido en la mente del hombre agradecido." Termino con mi sincero agradecimiento "Uno puede devolver un préstamo de oro, pero está en deuda de por vida con aquellos que son amables." Yo estaré siempre en deuda con todos ustedes.