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El Otero

Aires de Cuaresma

Una reflexión sobre las otras "semanas de pasión" a las que se enfrentan muchos colectivos

Noche de marzo. Despejada. Fría. El gélido viento nordeste siega los reflejos de una tímida luna que quiere crecer. De camino a casa aminoro el paso al cruzar el Campo. Siempre es placentero Me acompañan los rescoldos de una conversación sobre nuestra Semana Santa. E intento ordenar ideas. No es fácil. Son como bolas en una mesa de billar: chocan unas contra otras. Rebotan. De pronto una pregunta me asalta: ¿Qué es la Semana Santa? ¿Qué significa? Me sorprende. Y, claro, intento contestar. Pero, ¿acaso hay una sola respuesta? ¿Es la Semana Santa sólo un tiempo de asueto, de vacaciones, de cambio de aire sin más pretensiones? Podría ser. Quizá también sea ocasión propicia para emprender algún viaje con el fin de asomarse como espectador a alguna procesión con el único interés de contemplar una manifestación plástica, artística. O saborear la gastronomía típica de estas fechas. También podría ser. Tal vez, para algunos, no sea nada. Unos días más en el tedioso calendario cotidiano.

Hay, también, quienes prefieren vivir estos días de una forma más sencilla, intramuros de sus comunidades parroquiales, de un modo más recogido, más familiar. Y también está bien.

Y probablemente para otros es la hora más ansiada del año. El momento en el que los cientos de cofrades de la ciudad teñirán las calles con sus colores. Unas calles que se quemarán con gotas de cera que serán como lágrimas emocionadas. Todo el año aguardando a que el viento meza el humo del incienso con sus volutas elevándose al cielo como sinuosa plegaria. A que llegue el momento de manifestar, a su modo, su fe. Con devoción. Con pasión. Y con normalidad. Expresión, por tanto, cultural, tradicional, artística y, por supuesto, religiosa que bien merece reconocimiento y apoyo. Recuerdo las palabras de Alberto Lleras: "Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir".

¿Cuál es, por tanto, la respuesta idónea a la pregunta de qué es la Semana Santa? ¿Cuál es la mejor forma de vivirla? No hay, sospecho, una respuesta válida. Todas son aceptables y respetables. Ya en casa, quemo los últimos minutos del día repasando la actualidad. Noticias estremecedoras las más. Y de pronto, en esas truculentas escenas adivino otras procesiones. Otros nazarenos que cargan, resignados, con sus cruces. Refugiados luchando y muriendo por un pedazo de futuro que les han robado. Niños sin niñez. Sin derecho a sonreír ni a jugar. Sin derecho a ser niños. Ahogados en los mares de la inacción. Adultos con miradas derrotadas. Esperanzas estafadas y enterradas en el frío y cruel lodo de una Europa inane e insensible.

Asesinados en nombre de un Dios del que, si existiese, me declararía ateo irredento. Odio y crueldad que se desparrama sin lógica ni justificación alguna. O el martirio silencioso y continuo de cristianos por el mero hecho de serlo. Sin más.

¿Y qué decir del goteo insoportable e incesante de mujeres víctimas de un estúpido e inconcebible machismo? Mujeres que viven en su propio hogar un auténtico infierno. Que sólo ansían encontrar un inexistente rincón escondido para rumiar, arrugadas en su humillación lacerante, su miedo.

Cuántas personas que conviven solamente, mano a mano, con su soledad. Ni el tiempo pasa por sus vidas. Sólo el silencio. Y el olvido.

Demasiadas familias en las que la angustia y la rabia llenan sus días por ver, impotentes, que no son capaces de llenar sus platos.

Entretanto, salgamos a las calles a ver algo más en nuestras procesiones ovetenses. Que contemplar a Jesús en su borriquilla, al Cristo de la Misericordia, al Cristo flagelado, a la Virgen de la Amargura, a Nuestro Padre Jesús Nazareno, a Jesús Cautivo, a Nuestra Señora de la Merced, al Cristo Yacente o a la Dolorosa, no nos deje indiferentes. Y que no nos deje indiferentes porque sea un toque de atención. Y una llamada a la acción. Y una respuesta.

Que esa mirada nos conmueva y revuelva hasta las entrañas por ver en ellos a los condenados inocentes de hoy. A las madres desgarradas ante el injusto destino de sus hijos. No son pocos. Demasiado odio, demasiada violencia. Demasiada crueldad. Miles y miles de seres humanos que hacen, cada día, su particular vía crucis camino de su propio Gólgota. Todos, también, esperan el milagro de su propia resurrección. Su tiempo de paz.

Su propia Pascua.

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