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El Otero

Gatos del forno

El olvidado apelativo por el que eran conocidos los habitantes de Oviedo

He hecho una encuesta rápida al personal más joven de mi entorno; la pregunta era sencilla: ¿qué gentilicios conocéis de los naturales de la ciudad? La inmensa mayoría contestó lo esperable: Ovetenses y Carbayones. Correcto. Nada que alegar. Pero no menos cierto es que los hijos de la muy noble y muy leal también éramos conocidos de otra forma: gatos del forno. Y ninguno de mis encuestados lo había oído jamás salvo uno que le evocaba el nombre de un conocido grupo de música folk. Así que para estos lectores más jóvenes, voy a rebuscar información y así aprendemos juntos y, los que sepan la historia, pues no pasa nada, la reviven.

Vamos a remontarnos al año 1521, concretamente a la Nochebuena, día en el que un voraz incendio arrasó buena parte de la ciudad: Cimadevilla y Rúa, hasta la puerta de Socastiello y hospital de San Juan; el barrio de la Chantría y la Lonja hasta la puerta de La Gascoña; parte del Monasterio de San Pelayo; las calles del Portal y San Antonio; el hospital de San Julián, la calle de la Herrería y gran parte de la iglesia Catedral, según recoge Canella. Quizá la ubicación de todos estos lugares diera para un escrito monográfico, pero bueno, a lo que vamos. Al respecto del incendio, Carballo escribió: "toda la ciudad se abrasó dentro de los muros, si no fue la Santa Iglesia que quedó libre en medio del incendio, aunque el maderage y andamios de una torre, que se iba haciendo, se quemó también". La culpa, que es huérfana y nadie la quiere, se achacó a alguno de los hornos de pan que, a partir de entonces, fueron desterrados extramuros, hacia la zona del Campillín, concretamente, donde se encontraba la Puerta Nueva. Por aquel paraje llegaban a la ciudad los que venían de parranda, pendones ellos, de la zona de San Esteban y aledaños, por donde había varios lugares de "dudosa reputación" y, claro, el que llega tarde ni oye misa, ni come carne? ni encuentra las puertas abiertas por lo que no les quedaba más remedio que quedarse al calorcillo de los hornos, lo que les valió el felino apelativo que hoy centra nuestra atención y a los que Canella -don Fermín, siempre esencial- definía como "gente ruidosa y desocupada que se recogía y descansaba de sus correrías en los hornos de extramuros, donde recibieron el apelativo de "gatos" tal vez porque arañaban hogazas de boroña y pan de bregadera".

Con el tiempo la ciudad rompió sus costuras amuralladas, Panis, ¿se acuerdan?, jubiló los hornos (y otros muchos antes, claro?), nuestro totémico Carbayón y su historia cobró peso por derecho propio en la vida de la ciudad que, como bien dice otro ovetense esencial, mi querido José Ramón Tolivar Faes: "del afecto de los ovetenses por su árbol da una idea el que siempre tuvieran a gala ser llamados carbayones, no encontrando, en cambio, el mismo placer cuando también tradicionalmente, eran apodados gatos del forno" así que el apelativo gatuno se fue quedando en esas zonas más oscuras de la memoria colectiva. Eso sí, aún hoy quedan muchos "gatos del forno" que gustan de disfrutar de la luz de la luna y del abrigo de las estrellas pero no porque les cierren puerta alguna, sino porque les place el disfrute y contemplación, desde alguna altura naranquina, por ejemplo, de un firmamento límpido y de una ciudad que, a sus pies, como un mar en el que se reflejan mil y una luces, vive, siente y enlaza más allá del tiempo y del espacio con aquellos noctámbulos que hubo, hay y, no les quepa duda alguna, habrá por los siglos de los siglos.

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