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La Bomba Del Fontán | Las Crónicas De Bradomín

Las fábulas de "El Buey" en La Regenta

Una impulsiva paranoia le llevó a dar increíbles sermones

El vestíbulo del cine Aramo era uno de los lugares preferidos por la juventud sesentera para quedar citados. El grupo con el que yo solía callejear lo teníamos como referente. Los fines de semana, allí daba comienzo el trajín por la acera derecha de la calle Uría. La rivalidad entre los guapos de turno era tremenda; si, además, los adonis adosaban apellido, la tarea se ponía imposible. Incansables idas y venidas arrastrando la suela de los flamantes zapatos castellanos, de mostrar los auténticos tejanos Levi's o los Burberrys, con la suave lana de un estupendo Pulligan acariciando los hombros. En realidad era una puesta en escena que utilizábamos los "amanzanillados" para dejarnos ver. Puro exhibicionismo en busca de sintonía con la princesa de tus sueños. Había casos de miradas embarazosas que podían dar lugar a un contagio por efecto simpático. Y los que no, a intentarlo una vez más en el guateque.

Los lunes y martes a mediodía, solía asistir a una rocambolesca tertulia futbolera en el paseo de Los Álamos, en la que se comentaba la pasada jornada liguera. Entre los asistentes había dos atípicos personajes: José y Manolo. Amigos, antagónicos y dados a la controversia. El primero tenía ya cierta edad, había terminado derecho y preparaba oposiciones. De grotescos podían calificarse los enfados que éste cogía con los periódicos, en especial con los deportivos, debido al tratamiento partidista hacia determinados equipos: los tiraba al suelo, los pisaba y hasta los castigaba durante días.

Manolo, era erudito y de fácil verbo. Nuestra amistad venía de más lejos. Asiduos a los partidos de hockey del Cibeles desde la primitiva cancha de la calle Paraxuga, hasta la de Meres. Pasaron unos años en los que le perdí la pista hasta reencontrarlo, a finales de los ochenta, en las noches del antiguo. Fue en los pub del entorno de Salsipuedes donde comenzó a contar -a quien quiso escuchar- la lacra que arrastra desde la infancia. Según confesaba, los supuestos abusos padecidos en un conocido colegio de Oviedo habían desembocado, finalmente, en ser "emasculado (literalmente castrado) por los poderosos tentáculos de la mafia (...)", aseguraba con gran convicción.

A partir de entonces, esperpénticos episodios comenzaron a vivirse, principalmente en La Regenta, donde la desbordante ironía del entrañable Juanjo Requejo llevaría a bautizarlo como Manolo "El Buey". Una impulsiva paranoia comenzó a llevarlo a dar increíbles sermones en público sobre sus víctimas preferidas: los Borbones, a los que acusaba de puteros y otras actuaciones desmedidas; a un famoso jinete hípico, de inclinaciones a la zoofilia; periodistas, y hasta un seleccionador, de pasiones homosexuales. De sodomía y otros excesos "durante veinte siglos tras los muros monacales", etc. Pueden imaginarse todo ello acompañado de una potente voz de bajo y una impostada y solemne oratoria.

Nunca sabré si su solitaria y ascética existencia fue debido a su mutilación, física o psíquica -me inclino por la segunda-, pudo ser la causante de su chaladura. Aunque, bien mirado, la cosa no debió de añadir mayor trauma a su vida, a la vista de la afición que tenía en poner sus rápidas y hábiles manos en las partes pudendas de las féminas.

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