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Crítica / Arte

El mal de la memoria

Carlos Suárez traslada al Museo de Bellas Artes la huella obrera y social que dejó la Real Compañía Asturiana de Minas en Arnao

No es nada fácil enfrentarse a la memoria, a la identidad de un territorio concreto, y establecer los vínculos de conexión, un diálogo, sin caer en el barullo, en este tiempo desmemoriado y acrítico, sin enmarañarse en desatinos rancios y formalistas, en un fetichismo abstruso del pasado. En este sentido la exposición de Carlos Suárez "El vaciado de la huella belga" resulta impecable y extraordinaria, tanto en el planteamiento como en su acotación crítica de una historia que sobrepasa cualquier intención reduccionista y expositiva, introduciendo, además, el concepto, la materia y el paradigma del archivo en el recientemente remodelado Museo de Bellas Artes de Asturias. Un archivo como un modelo abierto y privilegiado para explorar la construcción de otros discursos diferenciados de los oficiales, de los grandes relatos, pensando otros modelos narrativos como señala Anna Maria Guasch en "Arte y Archivo 1920-2010", cuestionando la autoridad de la tradición y multiplicando los itinerarios del conocimiento.

Carlos Suárez ya venía trabajando en temas de memoria y olvido, rastreando los escombros del pasado como sucedió en la muestra "No Memory. Cities in the world" (2013), en el CMAE en Avilés, compuesta por una serie de dípticos fotográficos en los que contraponía a las ruinas industriales imágenes de Londres, Vigo, Madrid y Avilés poniendo de manifiesto su preocupación por la pérdida de la memoria frente a la aceleración de los acontecimientos de la historia.

Pero en los dos últimos años, el artista ha buceado en el archivo de la Real Compañía Asturiana de Minas, la primera gran empresa de la industrialización asturiana situada en el valle de Arnao, en Castrillón, con uno de los fondos documentales mejor conservados de Asturias, interesándose por el proceso de recopilación y sistematización llevada a cabo por el archivero Alfonso García Rodríguez, cuya labor a medio camino entre el romanticismo y la arqueología ha logrado agrupar, identificar y clasificar, recorriendo como un "flaneur", como un trapero, los edificios del complejo fabril, no sólo recuperando documentos relativos a las cuentas, resultados económicos y la correspondencia hispano belga, herramientas y objetos, mobiliario y fotografías, sino las huellas de los sin nombre, de los trabajadores que durante más de un siglo fueron dejando en las fichas que elaboraba la empresa con una exhaustiva minuciosidad una valiosa información personal del productor.

Con "El vaciado de la huella belga" Carlos Suárez se ocupa de los procesos de recuperación de la memoria, centrándose en el archivo de una empresa con un ecosistema histórico y social que excede cualquier límite y por ende solo en el fragmento puede construirse el relato, una investigación abierta, una alusión a la arqueología con los restos materiales descontextualizados, una visión desjerarquizada e inestable. En este sentido la exposición, una instalación construida a partir de diferentes apropiaciones y elaboraciones configura una experiencia visual que nos revela la historia articulada en torno a un lenguaje de objetos, fotografías y texto, provenientes en su mayoría del Archivo de la Real Compañía Asturiana de Minas.

En el centro del patio de columnas del museo, sobre una superficie cuadrangular negra se dispone el texto en color rojo "Más de 80 kilos transportable por dos trabajadores" que figuraba escrito en una de las placas que se distribuían por la fábrica como protocolo de seguridad. En la pieza, lo textual remite a lo social, a las duras condiciones de trabajo de la época, pero como sucedía en la mayoría de las empresas, a principios del pasado siglo, la patronal ejercía una paternal tutela de trabajador, sin obviar la crudeza uando el productor se rebelaba y reivindicaba mejoras salariales.

En el mismo patio se sitúa "El esplendor de las ciudades", una maqueta de una ciudad imaginaria construida por ciento cincuenta y cinco tipos utilizados para imprimir los catálogos, que la empresa distribuía, para comercializar piezas decorativas destinadas a embellecer los edificios, transformando el esfuerzo al que hace referencia la pieza central en una estética de estilo documental. Y el díptico fotográfico con la imagen de una casa rural belga asociada a la arquitectura de la fábrica de Arnao conecta ambas realidades por el material de construcción, el ladrillo, traduciendo dos paisajes diferentes -rural e industrial, belga e hispano- en un espacio de relaciones e influencias.

En la sala de exposiciones, en la pared frontal, una acumulación de ciento sesenta cajas vacías de medidas variables ofrece un testimonio oculto que remite a la muerte. Estos contenedores, cajas de archivo fabricadas en zinc, conservadas en perfectas condiciones, llevan serigrafiado el año y las palabras "cuentas" o "cartas", aludiendo a la documentación que contenían, la económica y las relaciones laborales y empresariales. La instalación, de una gran potencia evocadora, lucha contra el olvido, relacionando la memoria y los procesos existenciales de finitud, el miedo al borrado, a la desaparición.

La pieza "Dactilogramas", situada en uno de los muros laterales de la sala se compone de setenta y dos imágenes correspondientes a las huellas dactilares extraídas de las fichas identificativas de los trabajadores, un listado abstracto de los obreros, pues el panel de huellas se revela como un homenaje colectivo, se transforma, en el interior del museo, en una reliquia laica. Pero el relato continúa en una fotografía realizada en el mismo archivo de la Real Compañía Asturiana de Minas que reproduce dos ficheros de madera con sus correspondientes fichas, invitando a pensar en las clasificaciones y las prácticas archivísticas.

Carlos Suárez, con esta exposición, ahonda en la memoria, en el pasado de un territorio, en "el mal de archivo" de Derrida, en la identidad de una comunidad, de una geografía industrial, en las huellas archivadas de los oprimidos que, como rastros espectrales, todavía colonizan el presente.

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