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Cronista de Teverga

Torrestío de Babia, encrucijada de caminos

El pueblo leonés, hermano de Teverga, tiene una de las historias más profundas de la comarca babiana

En un lugar de Las Babias (homenaje a Cervantes), de cuyo nombre sí quiero acordarme: Torrestío. Érase una vez un poblado de chozas circulares construido en piedra con techumbre vegetal. Estaba asentado sobre un cerro que hoy aún se conoce con el nombre de El Castro y viendo sus habitantes que el solar era bueno se quedaron a vivir.

Pasaron, con los años, las águilas de las legiones romanas para conquistar las tierras indómitas de los astures. Corrieron los siglos y las buenas gentes del pueblo se afianzaron en el terruño y fueron prosperando hasta que un día acertaron a pasar por allí las mesnadas de los moros, según nos cuenta Sánchez Albornoz: "? Aprovechada esta calzada por Abd al-Malik ibn Mugait al entrar en Asturias en 794, por ella hubiera también penetrado en los estados del Rey Casto, un año después, el general Abd al-Karin ibn Mugait hermano del derrotado y muerto en Lutos?"

Vuelan las centurias del tiempo como cigüeñas por Las Babias y un día de julio de 1792, Jovellanos viaja a Torrestío, proveniente de Villasecino, recogiendo en sus diarios el pueblo, el salto del Robezu, la cascada de La Foz y de sus gentes afanadas en una estaferia donde trabajaban un buen montón de hombres y mujeres.

Desde entonces siguen las idas y venidas en noviembre y en abril en tres jornadas heroicas con sus familias, ganados y pertrechos. La vida continúa. Algún peregrino despistado, camino del Campo de la Estela, pide posada en Torrestío. La Primera Guerra Mundial deja millones de hombres muertos por los campos de Europa y llega la gran tragedia: "?una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón?" (A Machado). Torrestío fue un pueblo mártir entre odios y luchas: casas incendiadas, abandono de hogares, los "azules" de día y los "rojos" de noche. No hubo tregua, pero sí mucho dolor, hambre y lágrimas. Y luego la venganza, la represión y la inquina vecinal por malas querencias. ¡Qué Dios haya confundido a tanto desalmado!

Se atenta contra el Valle de Luna, y Láncara y otros pueblos de una vega fértil y próspera mueren bajo las aguas del embalse de Barrios. Y sigue la trashumancia hacia La Marina (Las Regueras, Siero, Gozón, Llanera, Gijón, Salas?) y vuelta con la primavera a las tierras altas en busca del sol y del viento puro.

A finales de los cincuenta se ponen en marcha las explotaciones de las minas de hierro en los lagos de Somiedo. Si dura es la vida de los mineros, la labor de los camioneros para el transporte del mineral, es una existencia de titanes. La bajada desde el lago de la Cueva por la Farrapona hasta Torrestío es una odisea y el resto de la ruta lo es aun más por una carretera estrecha donde los conductores han de hacer mil proezas cuando se encuentran de frente un camión al que hay que dejar paso.

La vida en el pueblo se altera con el abandono de muchos vecinos que buscan en León y las tres ciudades más importantes de Asturias: Oviedo, Gijón y Avilés, nuevos horizontes para sus hijos. La trashumancia fue a menos y el método de transporte de las reses ha cambiado por completo.

En estos últimos tres años, para no perder la memoria de la senda y recuperar todo cuanto de noble y bello fueron, se vuelve por los antiguos caminos de herradura con las mieles del recuerdo en sus retinas. Este fin de semana, desde Gozón y Las Regueras, transita hasta Torrestío por Trubia, Santo Adriano, Proaza y Teverga una alegre comitiva a pie, a caballo y también en turismos.

Quienes recuperan el tiempo pasado -su lengua y sus costumbres- para dejarlo en testimonio a las generaciones venideras merecen los más grandes elogios.

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