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Historiador

Caballero y maestro de medievalistas

Recibo la notificación del RIDEA de la luctuosa noticia del fallecimiento de Nacho Ruiz de la Peña y con la tristeza embargándome el corazón, hago memoria de la relación que he mantenido con él y de inmediato me viene a la cabeza una idea que define lo que siempre he pensado de él: ha muerto un caballero, además de un excelente medievalista. Siempre recuerdo cómo me apoyó para que publicase en aquella excelente revista cultural que fue Ástura, de la que Nacho fue uno, con los profesores Santiago Melón y Francisco Quirós, de sus principales promotores y en la que muchos de los que comenzábamos nuestras investigaciones históricas tuvimos sus páginas a nuestra disposición sin tener en cuenta nuestro pedigrí universitario, sino sólo la calidad de los trabajos que presentábamos. Así se comportó también en otras ocasiones con el que esto escribe cuando, con el catedrático de Geografía Quirós, formó parte del jurado que me concedió el premio de Trabajos históricos del concejo de Llanera por una investigación sobre los vaqueiros de la zona central de Asturias que trashumaban a Torrestío.

Todo ello lo digo como expresión de su calidad humana y científica y como reconocimiento de la gran labor que llevó a cabo en todo lo referente a la difusión de la cultura asturiana. Su labor en los últimos años como director del RIDEA fue también enormemente valiosa tratando de modernizar la institución e incrementando su actividad científica. Que todos los que en Asturias nos dedicamos a esto de la investigación histórica hemos reconocido la importancia de su labor de historiador y difusor de la cultura asturiana, lo demuestra la sesión que dedicó a presentar sus obras completas con motivo de su jubilación. Allí estábamos presentes, y esto es difícil de lograr en nuestro gremio, historiadores de todas las tendencias y especialidades y representantes de todos los sectores de la cultura asturiana. La gran ovación que escuchó al final de su parlamento por su humildad y bonhomía fue la expresión del reconocimiento de todos nosotros por su obra, pero también por la dignidad, bondad y calidad humana con que ha ejercido su profesión y llevado su vida. Siempre recuerdo que él decía que había sido una persona con suerte en la vida, porque se había dedicado a lo que más le gustaba: la historia, y encima le pagaban.

La última relación que tuve con él fue con motivo de la recensión de sus obras completas en las páginas de este periódico y como siempre sentí en esa relación la alta valoración que tenía de la amistad, su bondad y su sencillez. Alguien más capaz que yo deberá hacer ahora una valoración de la importancia de su obra de medievalista y su labor como creador y difusor divulgador de la cultura asturiana (siempre me asombró los profundos y amplios conocimientos que poseía sobre ella). Desde luego, y como no podía ser de otra manera, dada su calidad científica y humana, serán sus discípulos los encargados de hacerlo, porque, como maestro que fue, deja una escuela formada por un nutrido grupo de excelentes discípulos.

Su mujer e hijas y el resto de su familia y amigos (un fuerte abrazo para Álvaro y para Florencio Friera) deben paliar su dolor en lo que es posible con el orgullo de haberlo tenido a su lado.

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