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Por los caminos de Asturias

El veloz periplo asturiano de Don Camilo

Los cien años del nacimiento de Cela y su éxito como autor de libros de viajes

Comentando el éxito de su "Viaje a la Alcarria", Cela, que el pasado miércoles habría cumplido cien años, aseguraba que, a partir de entonces, se escribieron tantos libros de viajes por España que el diccionario geográfico de Pascual Madoz aumentó de precio en las librerías de viejo. Es de suponer que Cela, a quien siempre le interesaron los libros viejos, ya tendría un Madoz en su casa, porque se nota con bastante claridad que los posteriores libros de viajes que escribió fueron compuestos más sobre las páginas del Madoz que sobre el polvo de los caminos.

En "Del Miño al Bidasoa", Cela, como hombre del Norte, decidió hacer un recorrido por la cornisa cantábrica, verde y montañosa y un poco menos pintoresca que las inclementes tierras del Sur. Por estos nortes continua habiendo tontos, como Pepiño, a quien él confunde con el tonto de Castro de Rey cuando lo era de la ría de Arosa. Yo no sé si habrá más tontos de pueblo en el Sur que en el Norte o si habría más en los tiempos de Cela, porque lo que ahora predomina es el listo, el listo sin concesiones. Cuando yo era niño, en mi pueblo había un tonto entusiasta del Atlétic de Bilbao. Como entonces los equipos de fútbol viajaban en tren, él iba a buscar a los vizcaínos a la estación y los acompañaba hasta el hotel como si fueran santos en una procesión. El Bilbao, que iba a jugar con el Real Oviedo o el Sporting de Gijón si es que estaban en primera, hacía posada a mitad de camino, que debía corresponder a Llanes, ya que ellos siempre paraban allí. Cenaban en lo de "Remedios"·, dormían en el Hotel Crumar y recibían el homenaje de los vecinos entusiastas, que entonces no era legión, como ahora, siempre escoltados por el bueno de Carusín. Para éste no había mayor ofensa que la de decirle que Zarra se había casado con una vieja. Entonces se encrespaba, gritaba y repetía hasta la saciedad: "¡Mentira!, ¡Mentira", Tiene veintitrés años!".

En las páginas de Cela, varios tontos estratégicamente colocados en determinadas páginas del libro, hacían mucho efecto. También lo hacían los burros llenos de mataduras, las mujeres con bocio y los paisanos con lobanillos. El pintorescquismo de Cela es de una brutalidad salvaje y piadosa: en medio de un mundo bronco, achicharrado por el sol, en el que predomina la astucia malévola de los aldeanos, surgen páginas de hondo lirismo ante una flor o un perro apaleado.

El Norte de "El Miño al Bidasoa" es menos violento, tal vez por efectos de la civilización: el sol es menos abrasador, a veces hace frío y llueve, por las carreteras transitan más vehículos que semovientes y los pueblos tienen estructuras urbanas aunque sus restos arquitectónicos son menos ornamentales que los del interior de Castilla la Nueva. Se sustituye la carcajada casi convertida en rebuzno por sentido del humor. A nadie se le ocurría pensar que aquello era más europeo que la Alcarria, porque por aquel entonces Europa tenía mala fama como cueva de masones y liberales, y el caudillo aprovechaba sus discursos para echarles algún rejón de castigo. En el aspecto político, Cela no podía ser más cauto: cautela de la que sacó réditos aunque algunas evidencias, ahí quedan. Cela entra en Asturias por Vegadeo y llega a Castropol. Hace, pues, su viaje de Oeste a Este, como el de George Borrow en "La biblia en España" y el de Richard Ford, que es más conciso e informativo. Otro viaje clásico, el de Joseph Townsend, va de Sur a Norte, entrando por Somiedo, llegando hasta Avilés y Gijón y saliendo por Mieres cuando las nubes de otoño se acumulaban sobre los cielos, no fuera ser que una nevada temprana dejara aislado al viajero a este lado de los puertos altos. En fin, Hans Gadow se acerca a los Picos de Europa, entra por Busdongo a Pajares y hace una visita a Covadonga: no puede decirse que haga un viaje a Asturias pormenorizado.

Tampoco lo hace Cela, aunque tiene Asturias a la puerta de casa. "Asturias, como en las zarzuelas, se presenta civilizada y cultivada, con sus aires agrestes de bien medida y mejor pesada decoración". Cruza el río Suarón, "verde porque se divierte de hacer de espejo de los campos que ve", se dirige a Castropol por una carretera que marcha a la orilla misma del mar y se detiene a charlar con unos niños que pescaban cangrejos entre las rocas. En Castropol le toman por loco, que es categoría superior a la de tonto de baba, y en "un suspiro" entra en Tapia de Casariego, "pueblo pequeño y gracioso que todavía guarda cierto respeto a los precios". En el parque de Navia, con el río que baja lento a la espalda, el viajero se detiene ante la estatua de Ramón Campoamor, y exclama, sin reparar en que el escultor le sacó al poeta un brazo más largo que el otro, aquello memorable de "quien supiera escribir". El lector se pregunta, en efecto, quién supiera escribir: si Campoamor o Cela. Se trata de uno de los misterios del libro.

A partir de su encuentro con M. Dupont, vendedor de molinillos de viento, se ocupa más del personaje que del paisaje. Los viajeros avanzan poco, pero en compensación ofrecen noticias valiosas; por ejemplo, el reloj de la iglesia de Otur está parado y la explicación que da un vecino es científica del todo: "Este reloj anda muy bien, lo que le pasa es que ahora se paró". Hace una distribución geográfica de la emigración a las Indias: los gallegos van a Cuba y Argentina, los asturianos a Méjico y los vascos a Chile.

Luarca le recuerda a Cuenca, llama cabo "Vidrio" al Vidío y en un plisplás estamos en Salas. Se conoce que tanto andar cansó a los viajeros, que en las afueras de Salas aceptan la hospitalidad de un camión que los deja en Nava, a la que llama la Nava, por lo que recorre media Asturias sin que el lector se dé cuenta. Por esta zona, la carretera, la vía del tren y el río Piloña van paralelos. Infiesto, con sus miradores de madera sobre el río, le recuerda al viajero un grabado que vio siendo niño en la casa de sus abuelos. El viaje continua en camión, ahora por la cuenca del Sella, desde la que el vagabundo "ya siente el profundo aroma del mar". Ya están en Ribadesella donde el viajero afirma que el Sella viene del monte de Ponga, información que seguramente le fue dada por un pongueto, y una vieja muy vieja le pregunta si es primo del tonto de Tinamayor. Debía tratarse de un tonto famoso, porque la distancia entre Ribadesella y Tinamayor es considerable. Por fin, abandonan el camión y vuelven a andar. Recorren con cierto detenimiento los pueblos entre Ribadesella y Llanes y deja constancia de que Llanes está en el meridiano del Naranjo de Bulnes y que fue fundado en el siglo XIII por Alfonso IX.

Por la Punta de Pechón va "entrando en Castilla", que es como el viajero llama a Santander. En "Del Miño al Bidasoa" hay pocas novedades, poca tierra recorrida. Es un viaje hecho en camión o sobre el mapa de Schulz, según uno de sus críticos. Pero nadie pareció ofenderse por esta visión de Asturias tan pobre.

Los asturianos se ofendieron con él, y muchísimo, cuando reprodujo y publicó una barbaridad sobre la Virgen de Covadonga, que ni se le ocurrió a él ni la dijo doña Josefina, sino que la oyó contar en alguna parte, confundiendo a los personajes y trastocándolo todo. Hasta quisieron declararse "persona non grata"! Cuando la gente se pone a exagerar...

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