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Profesora de Historia Medieval

El último encuentro

Fácilmente comprenderán lo amargo que resulta a un discípulo despedir a su maestro, la misma amargura que Juan Ignacio Ruiz de la Peña probó cuando hubo de despedir a D. Juan Uría, primero, y a su querido Eloy Benito Ruano, después, es la que pruebo yo ahora al despedir a mi querido Nacho.

Ignacio Ruiz de la Peña ha sido un hombre privilegiado. Ha tenido un ambiente familiar inmejorable y muy buenos amigos que han respondido a su infinita generosidad con la cercanía y el cariño debidos a un maestro espléndido que supo inculcarnos esa bella lección de Sándor Márai sobre la amistad, cuyas palabras tomo ahora en préstamo: "sería interesante saber si existe algo como la amistad. No me refiero al placer oportunista que dos personas experimentan al encontrarse cuando comparten las mismas tareas o necesidades. Nada de eso es amistad. En ocasiones llego a creer que es el lazo más poderoso en la vida y, por tanto, el más escaso porque la amistad es la relación más noble entre dos seres humanos".

Te vas y nos dejas, habiendo inculcado en los que te quisimos el amor por Asturias, la conciencia de la responsabilidad y del trabajo bien hecho, la lealtad a los amigos, la pasión por la enseñanza, el rigor investigador. Lo mejor es enemigo de lo bueno, solías aconsejarme cuando tratabas de calmar mis inseguridades ante la agotadora esclavitud de los plazos académicos. Precisión y claridad sin descuidar nunca el detalle porque sabías muy bien que es "en los detalles donde podemos entender lo esencial y que son extremadamente importantes pues enlazan todas las cosas en un todo y unen todos los ingredientes de la memoria". Ese respeto por el rigor y el deber cumplido perfectamente compatible con la pasión y el mimo que debe ponerse en el quehacer histórico es, sin duda, tu gran lección, esa que sólo está al alcance de los grandes maestros. Por eso doy gracias a esa "extraña identidad de impulsos, afinidades, tareas y temperamentos" que fue capaz de unirnos hace 16 años cuando sentada en las primeras filas del Aulario del Milán disfrutaba de tu magisterio excepcional sin saber que llegarías a ser, años después, mi acreedor preferente.

La mejor manera de honrarte es inculcar en las aulas tu conocimiento y sabiduría y presumir de haber sido tu discípula sin olvidar que, al final, lo que cuenta en la vida "es lo que permanece en nuestros corazones".

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