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Palabras ante la mar

El inmenso poder de la voz cuando la elocuencia sale de dentro

Estamos en casa de unos amigos observando la naturaleza, tendidos en la tierra y asomando la cabeza vemos la extensión del mar azul, el mar inmenso, en silencio. Nos tumbamos sobre la hierba y en silencio escuchamos los latidos de la madre tierra. Acaricio la hierba, me siento más niño inocente, más limpio espiritualmente, gozando de la libertad interior, ya que el ser humano ha sido creado por la libertad, para volar, sin apegarse a las cosas de la tierra. Gozamos del reposo como en un oasis placentero.

El paisaje, el clima, la orografía el silencio son factores que influyen en la variedad y composición de los pueblos. Y nos preguntamos ¿qué causas son las que determinan la decadencia de los pueblos? ¿Qué ley rige sus caídas? Nada hay fijo ni definitivo.

Ninguna cosa permanece en la naturaleza y las causas nunca paran. Alguna fuerza oculta parece que mueve nuestra vida. Seguimos charlando, el cielo es azul, la mar es azul, mi alma es azul y a mi amigo le gusta el canto, la voz humana hablada y canora y también la música en general. Nos cuenta que el canto es la iniciación de un inmenso misterio de amor.

El canto y la palabra son libres para conquistar la especialidad fuera del que habla o canta. El canto, nos decía José Riera, gijonés de gran voz, es sincero cuando no falsea los acentos, las formas y el ritmo, ni por tanto la melodía del pensamiento.

La expresión vocal en la que se ejercita la voz, amiga del intelecto, tiene una parte algo descuidada, La apatía, el sonido nasal, la monotonía de la expresión original el tedio, el cansancio y de ahí la distracción. Creo que la peor enemiga de un pensamiento, aunque sea elocuente y profundo, es la palabra desfigurada, letárgica y es seguro que muchos recordaremos con agrado a los profesores que empleaban un lenguaje armonioso y con disgusto las inflexiones verbales de otros de voz molesta, engolada o estridente.

Para formar el espíritu del oyente, en la Universidad o en el Parlamento, no basta con erudición y doctrina, es indispensable, equiparar el propio pensamiento, con un vehículo perfectamente instrumentado para recorrer el alma que se presta a escuchar, hablando o cantando. Para que resuene en lo externo es preciso que la palabra suene, primeramente dentro y después se transfunda en la vibración mecánica.

El poder de la elocuencia, con su fuerza de penetración, está demostrado por la historia. Pericles y César conquistaron el poder con la magia de la palabra, supieron sobresalir por la fluida, sonora y la aguda elocuencia. Es posible que los destinos de Roma y de la humanidad mudaron la dirección pro una alocución improvisada, por la cordialidad de aquella voz, y es que de la voz hablada con arte, se libera una luz de persuasión, de ciencia y virtud.

La atención rehuye a una voz áspera que se convierte en hostil. De una voz hablada o cantada con arte se libera una visión intelectual, de ternura poética, de ciencia y de virtud.

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