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Lahoz y Braunstein, fascinación y memoria

Crónica de sendos encuentros con el neurólogo ovetense y con el psiquiatra argentino

Tamara, mexicana del altiplano, ha sido condenada por un codazo de la naturaleza a vivir casi a la altura del mar. Esa espiral desequilibrada montaña / planicie ha animado a esta extraordinaria mujer a recuperar para su respiración el ambiente llanisco que fue de su abuela, Veneranda García Manzano, primera mujer diputada asturiana, a la que Eloina y yo seguimos queriendo. Con Tamara desde las raíces del tiempo vino Néstor A. Braustein, escritor y médico argentino, que nos ha maravillado con su conversación y "Memoria y Espanto", uno de sus libros.

Quiso la casualidad que Ignacio Quintana, mi gran amigo, antiguo Subsecretario de Solana, que fue currante de Siglo XXI, la editora de Nestor, sea ahora contertulio imprescindible en este Oviedo decadente de atragantadas magdalenas; calatravas que no abren; asturcones sustituidos por jamelgos y rocines para blanquear; seudo SPAS nonatos y un polvorín de pelotazos, que si no llegan a las secuelas de Marbella o Detroit, no andarán conceptualmente lejos. Todo aflora y aún se espera más de la basurilla, en esotérico lenguaje del venezolano Maduro, tachado de cabra loca por Pepe Mújica, el entrañable uruguayo.

Néstor con su introspección en la memoria me ha actualizado a Julio Cortázar, que antes había bajado muchos enteros en mi mito de antaño, cuando creí descubrir Rayuela y aún cuando en mi Brubru, que tomo de Cabrera Infante, pernoctaba, en Ixelles, frente al bendito lugar de su nacimiento. LEA y Carlo, próximos en las afinidades de ilusión y parentesco, vieron primeras luces en ese exacto lugar un siglo después.

El Dr. Braustein me ha conducido entre las mejores referencias culturales, desde Borges a Piaget, de Woolf a Freud y Lacan, por ese paraíso de la memoria, fascinador de Lezama Lima, que Cortázar dejó establecido a su manera como inicial puro espanto.

Recuerdo al gran Carlos Fuentes, que colocó al padre de su Artemio Cruz en el cerco bélico de Oviedo, probablemente en la naranquina Loma del Canto, tan disputada, cuando me dijo que lo mejor de García Marquez era " Vivir para contarla". Significaba elevar la autobiografía por encima de las ficciones universalmente veneradas. Me ha faltado tiempo para perorar sobre eso con Néstor. Gabo, con el que estuve en Trascorrales, rememoraba entusiasmado el papel de los Centros Asturianos transatlánticos, murió, no obstante, con la memoria perdida, como Julio, hermano de mi padre, erudito total. ¡Ese es el temible espanto no para el sí mismo del monólogo interior sino para el convencionalismo de los próximos! ¡¡Qué maravilla de sencillez y cercanía en el libro de otro neurólogo al que admiro y quiero: Carlos Hernández Lahoz!! Carlos nos animó hasta el convencimiento a ponernos en marcha en la atención preventiva con el Alzheimer y la solidaridad y el cariño a familias y cuidadores, apelando al Papa Francisco y a Gandhi:"la calidad de vida social desde el afecto".

En su fantástico viaje, Marco Polo se dirigió a la ciudad de Tamara. Marco era veneciano, de una urbe mágica donde mis hijos y nietos, tan lejos para siempre quizá de las lenguas muertas, no me creyeron hace unos días que correspondía al latín veni etiam, ven otra vez. A Joan Brossa, creador inclasificable, que conocí en Tassili de Toto Castañón, no le gustaba Venecia,"¡demasiada agua para bendecir!". Tampoco a Marcel Proust, decepcionado ante lo mucho mejor que se la había imaginado. A Proust, como en Cortázar, la memoria empieza con el terror; Néstor dixit.

Doña Veneranda era, al final, tal Borges, Sábato y Juan Benito, el Juan Bendito de Alfredo Bryce, ciega. Un ciego, veterano de guerra, condujo las naves al óptimo gradiente playero del desembarco de Normandía. Homero cantó sin ver la gesta troyana. Néstor y Tamara iluminan de consuno el camino a la leve altura del mar y aún más arriba en este cerebro del que tan poco se sabe y en el que se afana el encomiable mérito de Carlos H.Lahoz. A mi lado, en el apañado hemiciclo del Colegio de médicos, Félix Payo, gracias al que he podido soñar sueños reparadores sin fatigosas apneas tal recomiendan Carlos y Néstor, entre un sinfín de admirables galenos, compañeros de Eloína.

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