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Las crónicas de Bradomín

El impecable y estafador Fernando

La nueva amistad con un recién llegado a Oviedo que resultó ser un delincuente

Don Fernando. Lo conocí casualmente. Había llamado mi atención desde el primer día. Ocupaba siempre el mismo lugar en la barra baja de Logos. En silencio. Concentrado en un bloc en el que realizaba bosquejos con una lapicera de carboncillo. Supe su nombre por las repetidas alusiones de los camareros, especialmente de Mariano, que era quien solía atender aquel espacio. Era un hombre entrado en la madurez; en plenitud diría. Su porte no pasaba desapercibido. Alto y atlético; un trabajado bigote y el pelo rubio engominado y rayado hacia la nuca. Elegantemente vestido y regalando un persistente efluvio a perfume caro. Repetimos coincidencia en varias ocasiones y comenzamos a tratarnos. Así pude saber que Fernando Pardo y Medina era sevillano, que había sido jugador profesional de polo y jinete de hípico; también había trabajado como figurinista para cine y teatro. Hacía días que se encontraba en Asturias realizando el catálogo internacional para una conocida fábrica de camisas.

Era verano. Todas las mañanas en, un vetusto Volkswagen escarabajo, se desplazaba hasta las dependencias de la firma en Gijón. ¿Por qué no resides allí? apunté. "No soporto vivir en la costa", precisó. "La brisa marina reseca y envejece la piel". Por las tardes frecuentaba la terraza del Rívoli, a donde, doy fe, acudían mujeres a refrescar con su presencia. Más tarde solíamos movernos por los mentideros de la ciudad. Tres veces por semana, si el tiempo lo permitía, subía el sevillano a la piscina del Cristo: "veinte largos me permiten mantenerme en forma", así, sin darse importancia. Recuerdo que una tarde, estando con él en el Astoria, coincidimos con mi padre. Esa noche en casa me felicitó: "Tiene muy buena pinta. Por fin te veo con amistades serias". Día a día iba ampliando su circulo de amistades. La soltura con la que invertía en ropa -Santamaría era su tienda favorita-, contrastaba con lo remiso que se mostraba a la hora de pagar las consumiciones.

Un sábado por la mañana quedé con Joaquín "El Perru" en Oliver. Conocedor como era del mundo de la hípica tenía interés en pedirle información: "Ya lo creo", contestó con rapidez, "¡es un crack, un fenómeno!"; era la típica y vacua respuesta de Juacu, que nunca concretaba nada y siempre dejaba una sombra de duda. Sentado en su rincón de costumbre estaba Justo "El Peri", que no desaprovechó la ocasión de soltar: "¿quien ye esi maniquí con el que pasees últimamente?" "Es un amigo, un señorito andaluz", aclaré. "Brado, déjalu en mayoral anda", remató con su mordaz retranca.

A finales de verano me invitó a comer en La Campana, en San Bernabé. Estaba a punto de finalizar su trabajo y quería agradecer mi amistad. Durante la comida contó varias anécdotas de su vida, para terminar dándome un consejo: "chacho, el mundo está esperándote ahí fuera, solo tienes que tomarlo". No volví a saber de él.

Pasado un tiempo, una noche coincidí con Joaquín, y me dijo: "me contó Luis Álvarez Cervera que el tipo por el que me preguntaste es un pájaro de cuidado...". Resumiendo. Al señorito en cuestión lo habían expulsado de la dirección del Real Club Pineda de Sevilla por desfalco.

Informado mi padre al respecto, sentenció: "Hijo mío, eres una calamidad, donde pones el ojo hay riesgo de fuego. Si tu abuelo levantara la cabeza...

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