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Crítica / Teatro

Jaque al rey

Una propuesta de teatro político, no dogmático, que plantea interrogantes

Teatro del Barrio prosigue en su línea de teatro político abordando las cuestiones más candentes de nuestra historia reciente. Tras el éxito de "Ruz-Bárcenas" le llega el turno a la monarquía y la revisión desmitificadora del reinado de Juan Carlos I en sus hitos más discutidos. No estamos ante un teatro-documento, aunque lo parezca, porque los elementos ficcionales y paródicos que aparecen lo desmarcan del testimonio formal que requiere el medio, pero sí ante una propuesta política que tiene por objeto revisar unos hechos que la historiografía oficial quiere dar por cerrados.

Un sillón, una cama turca y unas sillas sirven como única escenografía y atrezzo. Sólo tres magníficos intérpretes en escena, los tres muy implicados en el proyecto. La interpretación de Luis Bermejo en el papel del Rey no es mimética ni realista, sino que se basa en elementos clownescos, en la mueca expresiva, que no intenta reproducir la voz ni el gesto del ex Jefe de Estado. Encarna a un monarca envejecido, instalado en el estupor y la extrañeza, ninguneado por todos, desconcertado y un tanto desvalido, siempre solo en su sillón, atormentado por los fantasmas del presente y del pasado, viendo desfilar ante sí a todos los personajes que fueron clave en su vida, en una sucesión de escenas más o menos diacrónica. El resto de personajes son interpretados por Alberto San Juan y Willy Toledo, que los bordan e incluso incluyen guiños metateatrales bromeando con los cambios. La variedad de estilos, que comprende el expresionismo, la denuncia explícita y la parodia, pueden llevarnos a pensar en la necesidad de una dramaturgia más unitaria y sostenida.

El recorrido biográfico comienza con un recital de gruñidos y estertores del monarca saliente mientras escucha el discurso de elogios que le lanza su hijo Felipe VI en la coronación. Y a partir de ahí comienzan las escenas más significativas: Franco, como gallego zorramplón ya interesado en él para la sucesión, el fatal accidente en el que mata a su hermano, su boda a ritmo discotequero, la traición a su padre y hasta el garrote vil que se le aplica a Puig Antich en el momento más trágico y desgarrador, que aquí sólo aparece con el nombre de Salvador, como dirigido a un público que se conoce la historia. Hay una cena de tiburones en la que Garrigues Walker afirma que "el peligro viene de la calle". La agonía de Franco se representa en un baile agarrado entre Bermejo y San Juan. Carrero Blanco, Tejero y Felipe González, que se desmarca con fandangos y chistes, aportan el contrapunto más cómico. La sentencia de Kissinger -"cada cierto tiempo hay que cambiar las reglas del juego para seguir jugando"- podría resumir la tesis de la obra.

Esta pieza de teatro político, no dogmático, que no da respuestas, sino que plantea interrogantes, consiguió el aplauso firme y unánime de un público sensibilizado con sus postulados que acabó en pie con una gran ovación. Reivindicando el teatro como un arma cargada de futuro, que diría Celaya.

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