La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crítica

El teatro de la palabra

Una obra que permite múltiples lecturas

A José Monleón, que dotó de cobertura intelectual y crítica al teatro español.

In memoriam.

"El discurso del Rey" finalizó su gira con una sentida función, que su directora Magüi Mira dedicó a las víctimas del ataque terrorista de Niza. Frente a la violencia y la sinrazón, el poder de la palabra, que aquí resuena con toda su fuerza.

La versión de Emilio Hernández del texto de Seidler, que primero triunfó como película y luego fue llevado a los escenarios por el propio autor, no es deudora del film, sino que opta por un planteamiento más teatral que se atiene a las leyes de la escena.

El argumento es sencillo, Bertie, hijo de Jorge V y tartamudo, se ve obligado a asumir la corona ante la renuncia de su hermano, Eduardo VIII. Churchill es quien maneja los hilos. Para lograr vencer su tartamudez es menester la intervención de un singular terapeuta.

Las lecturas de la obra son múltiples, desde una más simbólica basada en el poder del lenguaje de corte lacaniano, a otras más ideológicas, la defensa a ultranza de la monarquía constitucional como poder aglutinador de las masas frente a los caudillismos de Hitler y Stalin. El lenguaje nunca es inocente. Todo poder se sustenta en un discurso, en la palabra, en el teatro. Aquí la Historia con mayúsculas se entrecruza con la historia de este monarca inseguro, que gracias a la tenacidad de su inquebrantable esposa, la futura reina madre, y un logopeda ácrata y poco convencional, consiguen que triunfe este cuento de superación personal, de los que tanto gustan en Hollywood.

Magüi Mira saca el máximo partido a un escenario casi vacío, seis sillas y un sillón, en el que son los propios actores los que configuran el espacio escénico. Con sus movimientos corales y de composición se convierten en espectadores o figurantes de aquellas escenas en las que no intervienen. La función no está mal de ritmo, aunque mejoraría con una menor duración. La música proporciona un aire jovial, muy años 30, fresco y desenfadado.

La interpretación del trío protagonista es excelente, sobresaliendo sin duda el magnífico trabajo de Adrián Lastra, que nos aporta el lado humano de un rey que nunca quiso reinar. Desde la composición corporal, rígida y encorsetada, propia de alguien que ha de controlar sus emociones hasta el extremo, su dominio de la tartamudez, que incorpora con naturalidad al personaje, y el nerviosismo y la baja autoestima producto de los traumas de infancia. Todo ello dotado de una ternura y una verdad que saben conectar con el espectador. Su esposa Isabel Bowes-Lyon, es interpretada con eficacia por la asturiana Ana Villa como una vivaracha y tenaz reina consorte. El terapeuta encarnado por Roberto Álvarez ejerce de contrapunto irónico, regalándonos divertidos momentos con su naturalidad y desparpajo. El resto de actores cae en la caricatura, si bien su caracterización y parecido con los personajes reales es asombroso. Eduardo VIII y su amante Wallis Simpson (Gabriel Garbisu y Lola Marceli) aparecen como dos frívolos inconscientes, casi siempre borrachos y encandilados por el poder creciente del nazismo. Ángel Savín combina el personaje del rey Jorge V, de aires bufonescos, con un maquiavélico Churchill inseparable de su puro.

Un espectáculo de gran solvencia, que resulta entretenido y agradable y sabe sacar el máximo provecho al trabajo de los intérpretes con los mínimos recursos. El mensaje es apologético con la monarquía, reivindicando la figura del rey para los momentos difíciles. La alusión explícita a la II República española no es fortuita. El público, que disfrutó con la función, correspondió con un largo aplauso.

Compartir el artículo

stats