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La ciudad y los días

Viejas historias que es urgente olvidar

A los 80 años del asedio de Oviedo

Ochenta años justos han pasado hasta hoy, martes 19 de julio, de la incorporación de Oviedo al levantamiento militar con el que comenzó la guerra civil en España. La valoración de aquellos lejanos hechos es legítimamente personal, a tenor de las ideas, los protagonismos y las repercusiones que hayan tenido en los ámbitos familiares. Terribles dramas de antepasados que en la Transición habíamos prometido olvidar y Zapatero volvió a introducir en la peor memoria colectiva.

Entiéndase por ello que el comentarista manifiesta de mano su respeto a cualesquiera enfoques particulares. Y también su comprensión por todas las tragedias familiares que la dolorosa historia de España registró entonces. Pese a que algunas insensateces políticas han tratado estos años de replantear aquellos enfrentamientos y reabrir viejas heridas, mucho después de que en la Transición, con laudable prudencia, se había convenido en dar por superados.

Con esa licencia, espero que estas líneas de hoy sean aceptadas concediendo al periodista la misma comprensión para evocar, siquiera sea con cauta levedad, una interpretación personal de aquellos días infaustos del cerco y asedio de Oviedo. Y ello, como lo pueden hacer otros miles de ovetenses de todas las tendencias, de algún modo herederos de aquellos a quienes la guerra dejó "atrapados en la ratonera", como certeramente apuntaba Dolores Medio en uno de sus libros.

Llama la atención a estas alturas, sobre todo, que un gran ejército del régimen republicano que controlaba Asturias, con asesores rusos, con una parafernalia artillera abundante, cauces de avituallamiento por tierra, mar y aire, blindados, aviación con aeródromos cercanos, ayuda extranjera generosa y en posición dominante sobre la ciudad, no fuera capaz de conquistarla.

En dos de mis libros, "La ciudad indómita" y "La victoria tiene precio", se recoge una versión fiable del comentario que, a la vista de la ciudad desde el Naranco, el comisario político Francisco Martínez Dutor hacía el 3 de marzo de 1937 al periodista Juan Antonio Cabezas, que cubría las operaciones para el diario "Avance":

"Empiezo a sentirme mal. No lo comprendo. Somos muchos más, somos mejores, contamos con más medios sin comparación posible. ¡Y encima tenemos la razón! Están acorralados, pulverizados, machacados. Llevamos ocho meses paralizados aquí con todo un ejército y un arsenal aplastantes. ¡Y no hay manera de entrar en ese puto pueblo! No me digas a mí que no es para morirse".

Lo era. El 21 de octubre la ciudad es liberada tras quince meses de infierno. Muerte, ruinas, destrucción, enfermedades, desconcierto? Pero también desfiles, músicas, flores, entusiasmos, liberación... Para algunos, la desaparición de la casa, la pérdida de empleos, la soledad de las mujeres?

Casos tan dramáticos como el de Manolo Greciet, jovencísimo médico que curó a muchos milicianos, superdotado de inteligencia, preso en el barco "Caso de los Cobos" y, en fin, asesinado en El Salvador con un cartucho en la boca el último día? Permítaseme por una vez rememorar este antiguo drama familiar.

Viejas historias que, concedo, es urgente olvidar.

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