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Amor a mi ciudad

La especial relación que se establece entre el lugar de nacimiento y el nativo de ese enclave

Pretendo escribir algo sobre Oviedo y confieso que me es muy difícil reflejar el cariño, admiración y respeto que tengo a esta ciudad, donde viví siempre. Pero tengo recuerdos que según pasan los años van adquiriendo para mi más importancia. Quiero a Oviedo con el alma y el alma nunca se muere.

Le tengo una profunda amistad, que es la piedra y trayectoria fundamental de la vida. Muchos encuentran en la amistad la verdadera paz y así un día escribió Marañón: "yo me pregunto: ¿ es que hay alguna verdad por encima del amor?" Y oí una voz interior que me dijo: La Amistad. Oviedo es una ciudad con características especiales, señorial al tiempo que popular, amante de la cultura y del arte. Este Oviedo de Casal y Feijoo, de Clarín y Pérez de Ayala, es, sin duda, una ciudad hospitalaria y abierta, a la que llegó a calificarse como la Atenas de España. Decía Gregorio Marañón que es Asturias es donde se hacen los mejores amigos del mundo. Pienso en el Oviedo de mi niñez, con don Casimiro en el Colegio Loyola, que me preparó para el examen preparatorio; en el colegio Fruela, Cimadevilla 19, cuando evoco a profesores que luego fueron mis amigos. Recuerdo la Juventud del Carmelo, fundada por el Padre Florencio, obra importante en lo que representó para nuestra ciudad. Nunca como ahora comprendemos el significado del Padre para nuestra ciudad a la que amaba apasionadamente; hombre de inmensa ponderación espiritual que engendra la armonía; hombre de vigorosa fe, jamás se desmoronaba. En un delicada operación quirúrgica, realizada con todo éxito por el doctor García Morán, ya en el quirófano, tumbado en la mesa, exclamó: "Manolo, quiero bendecir tus manos y las de tus colaboradores para que a través vuestro el padre eterno logre curarme".

Aquel momento fue emocionante, conmovedor, pues los médicos y personal de quirófano extendieron sus manos y el Padre Florencio las bendijo en medio del más absoluto silencio. A todos nos recorrió un escalofrío, mientras el ilustre Carmelita rezaba: "siempre con Cristo, en el trabajo, en el dolor y también en la muerte". ¡Qué preciosa lección para la historia del cristianismo que vive la presencia de Dios de forma permanente!

Uno de los grandes regalos que nos hace la vida es, sin duda, conocer no solamente a seres humanos extraordinarios, sino también disfrutar de la ciudad en la que hemos nacido. La vida es siempre una tarea, vivir es proyectarse, vivir es arriesgarse si se hace de verdad, ya que la mentira todo lo corrompe. Por tanto aquel Oviedo antiguo, la calle Cimadevilla, Magdalena, por donde tanto caminaron y vivieron nuestros mayores, aun conserva el peculiar encanto que le sabemos encontrar los buenos ovetenses. Como escribe el doctor José Luis Mediavilla: "Hay que ir sin prisa y sin ambiciones, dispuesto a sumergirse en una existencia intemporal y onírica, subir y bajar y encontrarse con la majestuosa imagen de la Catedral".

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