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Irrepetible Carmen

Sobre la figura que acompañó al filósofo Gustavo Bueno a lo largo de toda su vida

Plácidamente, mientras dormía, falleció Carmen, la mujer de Gustavo Bueno, una mujer fuerte a la que la enfermedad postró durante la última etapa de su vida, restándole unos hermosos años que podían haber sido de disfrute y serenidad: más no por ello dejó de luchar desde su silla de ruedas. Era una luchadora nata, una madre de familia, la compañera del sabio.

Porque la vida no fue fácil para los Bueno, al menos desde que don Gustavo obtuvo la cátedra de Filosofía en Oviedo al comienzo de los años sesenta del pasado siglo. No se podía decir, en su caso y en aquella época, lo que Unamuno le dijo a Rafael Altamira cuando vino a Oviedo como catedrático: "Es la Universidad en la que usted mejor cae". En los pasados años sesenta Oviedo era una ciudad levítica y muy cerrada en sí misma, en la que, según don Pedro Caravia, el Cabildo de aquellos días hacia bueno al de "La Regenta". No muchos años después el Cabildo dejó de tener influencia social refugiándose en sus funciones catedralicias, pero a don Gustavo le tocó sufrir los ataques de un canónigo montaraz que consideraba al nuevo catedrático como una encarnación del mal, peor que Voltaire. Más las cosas evolucionaron poco a poco hacia situaciones más respirables y a ello no cabe duda de que contribuyó Gustavo Bueno desde su cátedra, colaborando de manera decisiva en el cambio de mentalidad que se estaba operando.

Gustavo Bueno fue de los poquísimos catedráticos de Universidad que se opusieron de manera decidida y decisiva al régimen anterior, lo que le ocasionó más de un disgusto y más de un sobresalto. Detrás estaba Carmen: Carmen en el hogar, administrando la casa, dando ánimos. No repetiremos el tópico de que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, pero es evidente que Carmen contribuyó a que don Gustavo no cejara en su actitud y se mantuviera de manera firme en su línea. En cierta ocasión, encontrándome yo en su despacho en la Facultad, un rincón minúsculo en el que los libros llegaban al techo, acudieron unos recaudadores de FUSOA y don Gustavo, sacando su cartera, les dio cinco mil pesetas (una cantidad enorme, entonces) y la recomendación: "Que no se entere Carmen...".

En los últimos años, era emocionante ver al filósofo acompañando a su mujer, jugando con ella al dominó (Carmen había perdido el habla, pero no el entendimiento), dándole conversación a la que ella respondía con frases ininteligibles. A veces don Gustavo se ponía un calcetín de un color y el otro de otro color, y Carmen entonces se exasperaba. Aunque ella estaba disminuida, procuraba que las cosas de la casa marcharan como debían y que su marido estuviera presentable. Dentro del sistema filosófico de Bueno hay una parte práctica dedicada al hondo sentido de la familia y al amor conyugal, que expuso con su ejemplo. Había que ver a don Gustavo y a Carmen juntos, sentados en el jardín de Niembro, para experimentar una emoción verdadera.

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