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Malas calles y comportamientos agresivos

Los criterios en los que deben basarse los cambios en el callejero

Es muy probable que no sea el nombre de las calles la cuestión que más preocupe a los ciudadanos en este verano olímpico que va transcurriendo bastante recargado con incertidumbres de mayor enjundia, pero la política municipal en nuestra heroica ciudad está recalentada por tal motivo y nuestros concejales no dudan en sacar a relucir en la prensa las navajas dialécticas, animando a los ciudadanos de a pie, como nosotros, a aportar su humilde pero también necesaria opinión.

Acierta el concejal del Partido Popular don Francisco Javier García al recordarnos en un reciente artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA que, a pesar del largo tiempo transcurrido, las heridas dejadas por la Guerra Civil todavía siguen abiertas. Quizás haya llegado el momento, pues, de intentar cerrarlas definitivamente y poner punto final a tan desgraciado episodio de nuestra historia. La generación de la Transición, por razones que ahora no vienen al caso, no supimos o no quisimos hacerlo. Pero la actual generación, con los instrumentos necesarios en sus manos, con menos miedos y menos rencores que entonces, probablemente esté en condiciones de lograrlo, siempre que estúpidos intereses y politiquerías de corto alcance no se lo impidan.

La Ley de Memoria Histórica, razonablemente utilizada, es uno de esos instrumentos. Y la adecuación de los nombres de las calles a nuestra realidad democrática puede ser un pequeño paso en la cauterización de las viejas heridas.

Se equivocaría cualquier equipo de gobierno municipal (yen esto también podríamos entender al concejal Francisco Javier García si no acostumbrara a adornar sus argumentos con innecesarios insultos) que pretendiera abordar esta cuestión a espaldas de las fuerzas de oposición y arañando sensibilidades de sectores de la ciudadanía contrarios ideológicamente. No se cierran heridas abriendo otras nuevas. Y mal negocio haríamos metiéndonos en una guerra de cambios de nombres en las calles cada vez que se produzca una alternancia en la alcaldía de nuestra ciudad. Pero la necesaria prudencia y la también indispensable empatía con quienes tienen sensibilidades distintas no puede estar reñida con unos criterios claros a la hora de abordar este o cualquier otro problema social.

Los criterios a la hora de aplicar la Ley de Memoria Histórica a la rectificación del callejero municipal no pueden ser de carácter político o ideológico. No se puede quitar o atribuir el nombre de una calle o una plaza a un personaje en función de que haya sido más o menos de izquierdas o de derechas, más o menos conservador o progresista, más o menos demócrata o antidemócrata. Sería un disparate.

Los criterios tienen que ser estrictamente históricos. Al terminar la Guerra Civil y en los años inmediatamente posteriores, los vencedores llevaron a cabo un amplio despliegue de elementos simbólicos, entre ellos los nombres de las calles de las diferentes ciudades, con un doble objetivo: ensalzar el nuevo régimen totalitario y humillar a los vencidos. Pues bien, la aplicación de la Ley de Memoria Histórica a la cuestión que nos ocupa debería ceñirse a la rectificación de aquellas denominaciones que perseguían expresamente esa doble función conmemorativa y punitiva.

El régimen franquista duró muchos años, demasiados, y, con el paso del tiempo, nuevas figuras fueron adquiriendo relevancia en la esfera pública. Por ello, la evidencia de esa doble función en los nombres de calles y plazas de personalidades vinculadas al régimen franquista no habrá de ser la misma al descender a cada caso concreto. En unos casos será clara y expresa, no dejando lugar a dudas. En otros no lo será tanto; y probablemente habrá casos en los que haya desaparecido, a los ojos de la inmensa mayoría de los ciudadanos, cualquier eco de la Guerra Civil y de sus secuelas más dramáticas. Por citar algunos ejemplos, no es lo mismo la plaza de la Gesta o la calle 19 de Julio, que aluden directamente a los sucesos de 1936, que la calle Marcos Peña Royo, dedicada a un político que en 1936 tenía 21 años y fue gobernador civil a comienzos de los años sesenta. Estas diferencias deberían tenerse en cuenta si de lo que realmente se trata es de resolver un problema, que no es otro que intentar compensar moralmente, en la medida de lo posible, el terrible "vae victis" de los años cuarenta.

Este enfoque que proponemos en la aplicación de la Ley de Memoria Histórica supone, es cierto, una delimitación restrictiva de su objeto. No incluye necesariamente todo el periodo del régimen franquista, sino que concentra su ámbito de actuación en los momentos y situaciones de mayor carga simbólica y, por lo tanto, con mayores efectos reparadores. Se trataría así de facilitar su desarrollo, reduciendo su potencial conflictivo, a la vez que se alcanzan sus objetivos fundamentales.

Un aspecto importante en el proceso de rectificación del callejero es el de la adecuada elección de las denominaciones alternativas, puesto que decisiones irresponsables en ese ámbito pueden contribuir en gran medida a alimentar polémicas innecesarias o, incluso, provocar rechazo ciudadano. Desde luego, parece muy conveniente huir de cualquier tentación de buscar la simetría ideológica, es decir, de sustituir un símbolo político por otro de signo contrario, en cuyo caso el conflicto está servido. Resulta también poco atractivo el recurso a personajes mediáticos aún vivos, ya sea del mundo del deporte o de cualquier otro, cuyo carácter casi siempre efímero no justifica suficientemente la iniciativa. Una vía siempre aconsejable es el recurso a las denominaciones tradicionales: por ejemplo, los autores de este escrito proponíamos no hace muchos meses al Ayuntamiento de Oviedo recuperar para la actual plaza de la Gesta el topónimo tradicional de esa zona de la ciudad, es decir, plaza de El Fresno.

Le sobra agresividad y le falta empatía al concejal Francisco Javier García. Si de cerrar viejas heridas se trata, el Partido Popular tuvo tiempo para intentarlo y no lo hizo. Más bien se dedicó a hurgar en ellas, como sigue haciendo nuestro aguerrido concejal en sus artículos de prensa, con más entusiasmo que imaginación, pues apenas dispone de otros recursos argumentales que repetir casi literalmente los exabruptos ya publicados por su lideresa Esperanza Aguirre.

Dejen pues al actual equipo municipal mover ficha y no metan tanto ruido. Y, sobre todo, no insulten tanto. Si ven que los otros se exceden, díganlo. Pero díganlo con mesura, que no es para tanto. Y, además, por primera vez después de tantos años, en Oviedo hay un Alcalde que sabe escuchar cuando se le habla con sentido común.

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