La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Por los caminos de Asturias

Pedrayes y Jovellanos

Nota histórica de una amistad entre dos eruditos asturianos que pudo ser más fecunda

Con motivo del Día de Jovellanos en la Feria Internacional de Muestras de Asturias, celebrada en Gijón y que este año alcanza su LX edición, se han recordado las relaciones entre el polígrafo y Colunga, haciéndose inevitable la mención de un ilustre a la par que olvidado hijo de este concejo, don Agustín Pedrayes y Foyo, quien mantuvo con Jovellanos una relación que hubiera podido ser más fecunda, aunque las circunstancias no lo permitieron.

No es la primera vez que me refiero a Pedrayes en estas páginas, y debo reconocer que la situación ha mejorado desde que lo saqué en una de aquellas "Entrevistas en la Historia" publicadas en este periódico hace unos veinte años y en la que utilicé, para sus respuestas, frases sacadas literalmente de las obras de Jovellanos, que es a quien debemos los datos principales sobre el personaje.

Cierto que "El matemático Pedrayes" rotula una de las buenas calles de Oviedo, por lo que Pedrayes se redujo, durante muchos años, a ser el nombre de una calle, al tiempo que quien la rotulaba carecía de figura y de carnalidad. ¿Quién era Pedrayes?, se preguntarían algunos. Evidentemente, un matemático, lo afirma el rótulo. Pero nada más de él se sabía ni se averiguaba, aunque, como es natural, Tolivar Faes incluye su biografía en su obra, ejemplar obra de erudición y de amor a Oviedo, sobre los nombres de las calles y plazas de la ciudad. Lo que debería servir como tema de meditación a los actuales munícipes, dispuestos a arreglar cuentas con el pasado por medio del callejero. No temo que el rótulo de Pedrayes peligre, al menos eso espero, pero porque tenga rótulo, se sabe quién fue. Y eso que en los últimos veinte años se publicaron más artículos sobre él que en los doscientos años precedentes.

No obstante, el rótulo de una calle no garantiza la inmortalidad ni el conocimiento de una obra. No lo garantiza, ni siquiera, el ingreso en la Academia Francesa, en la que olímpicamente se sientan los "inmortales", entre los cuales no se contaron ni Molière ni Balzac, según la propia Academia reconoce ("No les faltó gloria; nos faltaron a nosotros"); nada digamos de los escritores recientes; los que lograron la universalidad (Malraux, Sartre, Camus...) no alcanzaron la "inmortalidad", pues ni ellos mismos (o ellos mismos menos que nadie) se imaginaban con sillón, letra y espadín de académico. Nada digamos de la Academia Española. ¿Quién es capaz de decir hoy quiénes la componen? Hace medio siglo, eran académicos escritores muy conocidos en aquella época (probablemente ahora no lo sean tanto). Presidía durante muchos años don Ramón Menéndez Pidal y seguidamente Dámaso Alonso. Luego la cosa se fue burocratizando y diluyendo, se producían vacantes (el tiempo, gran segador) y los sillones eran ocupados por gente menos conocida.

En la Academia tradicional era imprescindible el sillón del obispo y el del militar: el Altar y las Armas debían estar representados como un recuerdo del "ancien régime" del que proceden las Academias, tanto la Española como la Francesa. Después, se prescindió de aquellos recuerdos del pasado y hubo sillones destinados a profesiones nuevas, tal vez menos vinculadas a las Letras que el Altar y la Milicia: ingresaron el economista, el científico, el director de cine... Y también, hay que admitirlo, lingüistas especializados que están desarrollando una extraordinaria labor, ya que el ámbito sobre el que actúa la Academia es la lengua, aunque a diferencia de Emilio Alarcos, por ejemplo, que era un excelente lingüista y también un gran crítico lírico, un evocador memorialista fragmentario y hasta poeta, no se hayan dedicado a la literatura, como es, el caso de nuestro paisano y amigo Salvador Gutiérrez Ordóñez, uno de los lingüistas europeos más importantes de la actualidad, y que reconoce la falta de derivación literaria en su obra.

En consecuencia, si ni las Academias garantizan la inmortalidad, no la inmortalizará el callejero de una ciudad, por lo que no va a ser más importante alguien que da nombre a una calle por motivos políticos como Veneranda Manzano que otros, no se sabe en la actualidad por qué, como Pedrayes, pese a que la obra de éste sea más perdurable que la de la mencionada señora y de otros personajes que subieron al rótulo por razones circunstanciales. Por lo que no está de más que la Feria de Muestras dedique uno de sus espacios a recordar a un olvidado a quien el profesor Antonio Pérez Sanz califica, poniéndole al lado de Jovellanos, que es con quien se le empareja siempre, como la otra parte de un "binomio de progreso". Pues no todo "progreso" es político; acaso sea éste el menos importante.

Jovellanos menciona por primera vez a Pedrayes en sus diarios el martes 27 de mayo de 1793: "Viene Pedrayes; opina decisivamente que la Álgebra debe preceder de la Geometría. Recomienda el 'Curso' de M. la Caille como el mejor. El tomo I contiene los mejores elementos de Matemáticas puras; dice que basta una buena traducción. Propóngole que se establezca en Gijón: indícole que tendrá ayuda de costa". Jovellanos tenía el proyecto de formar los principios de una Academia en la que se instruyeran los jóvenes asturianos en diversas artes prácticas. Pero Pedrayes opone razones al ofrecimiento, unas de carácter material y otras sentimental. Le retenía en Asturias, alega, el cuidado de su madre, de setenta y ocho años de edad, residente en Colunga, y necesitaba regresar a Madrid para continuar sus funciones, pues la Corte le seguía haciendo llegar su antiguo sueldo. Por lo que regresaría a Madrid cuando "el amor a su madre no le detuviera", eufemismo que hemos de valorar por su delicadeza. Y hay un cuarto motivo que resulta extraño: su "amor a la libertad".

Pedrayes nació en Lastres en l744. No se redujo a ser un sabio local, como pudiera suponerse, sino que tuvo proyección internacional, ya que propuso un problema de análisis infinitesimal o "matemáticas sublimes", como se decía entonces, discutido por sabios de Francia, Alemania y España, siendo, al cabo, la única solución posible la dada por él. A su propuesta se adoptó el círculo repetidor de Borda para la medición del arco del meridiano que va de Dunquerque a Barcelona y que había de servir de base para la división del cuadrante de la circunferencia terrestre en diez millones de partes: una de éstas es el metro.

En 1798, el Ministerio de Estado le designa junto con don Gabriel Ciscar para asistir al Congreso Internacional de 1799 para regularizar y universalizar el sistema de pesos y medidas, lo que daría origen al sistema métrico decimal. "Los méritos y trabajos de este sabio asturiano le colocan a la cabeza del movimiento científico de su época y al nivel de las primeras figuras de aquel tiempo", escribe Fernández Echevarría, citado por "Españolito", tomo VI, página 72.

El nombre de Pedrayes está relacionado con el metro y con el sistema métrico decimal. No está de más que se le recuerde, ya que vivimos en el sistema métrico decimal y sin el metro nuestro mundo sería inconcebible.

Compartir el artículo

stats