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Olor a chocolate

Evocación de dos fábricas ovetenses que marcaron una época

Buen recuerdo me queda de aquellas dos fabricas ovetenses que, siendo chaval, visitaba con cierta frecuencia.

Fábricas de chocolate en España había a montones. Creo yo, porque entonces se consumía más este producto, tanto a la taza como crudo. El chocolate con churros ha sido nuestro deleite típico, quizá antes que el café. Era típico y luego pedíamos un vaso de agua, pienso, para quitar el espesor que nos quedaba en la saliva, vamos, digo yo ahora que lo pienso.

Viviendo en la calle de Asturias, en la esquina de dicha calle con la de Matemático Pedrayes, enfrente de lo que más tarde fue la Cafetería Ayala, estaba establecido Atilano Llavona, en una fábrica totalmente familiar, con tres hijos a los que conocí, bajo el nombre comercial "Chocolates Atila". Una vez cerrado el negocio, un hijo se colocó en Almacenes Botas, otro en la Caja de Ahorros de Asturias y el último, con quien traté algo más, Tino, en el Banco Herrero. La familia Llavona estaba por excelencia dedicada al chocolate. Otro de ellos, Manolo Llavona, casado con Palmira, prima carnal de mi padre, terminó sus días en Madrid con una bombonería en la calle Infantas, muy próxima a la Gran Vía.

¡Cómo olía de bien aquella pequeña fábrica de Atilano cuando uno subía por la calle Asturias por los números impares. Si, también metía ruido aquella máquina que asentaba el aún blando chocolate a las formas de las onzas. Parte de aquella fabricación era manual y el resto lo movían unos motores enganchados a unas correas. Pasa el tiempo y aun me parece oler y oír aquellas máquinas funcionando.

Después, ya siendo más chaval, fui un día a conocer la fábrica de Chocolates Osnola, que era de mis padrinos de bautizo, situada entonces en una moderna nave a continuación de la antigua cárcel modelo de Oviedo. Mis padrinos, Luis García Aguirre y Elvira Alonso, el primero de tradición chocolatera, puesto que su padre había sido fundador de Chocolates Aguirre y sus hijos fundaron después diferentes marcas de chocolate, como La Herminia, Plin y Sueve, de los que aún conservo una extraordinaria colección de cromos con sus álbumes que un buen día adquirí en una librería de la calle Corrida de Gijón. Volviendo a Osnola, el nombre fue impuesto por el apellido de mi madrina, Alonso, pero al revés. Tuvieron un hijo, Luis, que no siguió la tradición familiar y, después de estudiar Profesorado Mercantil, se traslada a Madrid con su familia y logra ser administrador del Palacio de Congresos.

En mi última visita a Chocolates Osnola, mi madrina me enseñó cómo daban unos premios: dentro de las tabletas de chocolate era ella la que metía un billete nuevo dentro y sólo ella sabía a qué establecimiento iba destinado. Dicha fábrica estaba totalmente mecanizada y era un orgullo para sus dueños.

No puedo dejar de comentar lo que significó, de aquella, Chocolate La Cibeles, de Tomás Moreno. Somos muchos los asturianos que recordamos lo que significó publicar "Las aventuras de Pinín" en cromos y los revuelos que se organizaban en La Escandalera con el cambio de cromos repetidos y, al final, el primero que lleno el álbum ganó un coche. Quise ver también dicha fábrica y así lo había prometido a mis hijos, cuestión incumplida.

Recordemos aquellas meriendas de un buen trozo de pan y una triste, pero bien rica, onza de chocolate.

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