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De Oviedo a Gijón, en moto con un cura

El relato de un incómodo viaje que pudo terminar en tragedia

Siempre fui amante de las motocicletas, pero en ninguna de ellas, fuese cual fuese el modelo, me pude montar. Un problema a mis 12 años me impedía que la pierna derecha montase en el clásico sillín, de la misma forma que montar a caballo. Sí, una vez monté en el burro de una lechera, pero de lado, como si llevara una falda de tubo.

De la misma forma, el subirme en el asiento trasero, de paquete como se dijo vulgarmente, la imposibilidad yo creo que se acrecentaba.

Años después apareció la scooter Lambretta, que distribuía en Oviedo Gabino Fernández bajo el nombre comercial "Cil-Lambretta", cuyo establecimiento estaba situado en la calle Fray Ceferino, en lo que antes fue Ferretería Echevarría, propiedad de Alfredo Echevarría que en sus ratos libres era árbitro de boxeo. Alfredo era hijo de Rafael Echevarría, socio de Saturno Camarero en la ferretería Las Dueñas.

De vuelta a la Lambretta, su asiento trasero tenía un diseño diferente y yo sí me vi algo más seguro de viajar de paquete, porque, además, un asa hacía que el paquete fuese a él agarrado sin abrazarse al motorista conductor. Y así me sentí más alegre de poder montar en moto.

Y llegó la oportunidad. Celebrándose en Gijón, en la antigua Casa de Ejercicios, al lado del Bibio (la plaza de toros), la clausura de unos cursillos, fui invitado. Sabiendo que a un cura le habían prestado una Lambretta, me puse en contacto con él y a las 12 de la mañana nos vimos en la puerta de San Juan. Allí nos encontramos los tres, por orden de preferencia: el cura, la moto y yo. En aquella época aún no era obligatorio el casco.

El cura arrancó la moto y yo, como pude y con esfuerzo no esperado, monté como pude en el asiento de atrás. Yo, de aquella, llevaba también un suplemento en mi zapato derecho de unos seis centímetros y si contamos que la cadera de la misma pierna no tenía juego suficiente, enseguida se dio cuenta el cura que yo invadía su espacio, justo el del pedal del freno trasero, vamos el más importante. Así que, mejor o peor retire un poco, unos centímetros, mi pierna estirada.

Allá, como pudo, el cura arranco la moto y nos dispusimos a cruzar Oviedo en dirección a Lugones, para continuar por la vieja carretera a Gijón.

Yo, dentro de la incomodidad inicial y viendo que aquello marchaba bien y que el cura, bueno de conformar, no se quejaba ni decía ningún pecado, iba agarrado, pero fuertemente sujeto, a aquel manillar de mi asiento.

Mas de pronto hizo un extraño la moto que obligó a parar aquella formidable máquina. Ay, amigo, pero aquella maniobra no estaba prevista, con lo cual el cura tuvo que poner sus pies en tierra, esperando que yo hiciese lo mismo: pero no. Yo, más torpe, la derecha no funcionó correctamente y la izquierda también se mostró lenta, y como el sacerdote, con su sotana, tampoco se arreglo bien para abrir sus piernas a cada lado de la moto que, aunque aquellos scooter eran más ligeros, venció la gravedad hacia la izquierda y yo me encontré a cuatro patas en plena carretera y sin poder quitármelo de mi pierna izquierda. Menos mal que no pasaba coche ni camión alguno que me libró de mayor disgusto.

Después de desembarazarme de la moto, ponerme en pie y volver a situarme en aquella rara postura, arrancamos y, por fin, llegamos al Bibio.

Disfrutamos de la clausura, así como de la buena comida con que nos obsequiaron. Pero, eso sí, en un rato que nos vimos las caras el cura y yo, él echó mano a su cartera, me dio 25 pesetas y me dijo: "tú vuelves en el tren". No añadió más, ni yo pregunté el porqué, lógicamente.

Y nunca más volví a subirme a una moto. Para mí las cuatro ruedas eran más seguras y cómodas que las dos.

Y para no decir mentiras, cosa fea, una vez fui en un sidecar, enganchado a una moto alemana de la Segunda Guerra Mundial.

Nota: en mi anterior artículo, "Olor a chocolate" tuve un lapsus importante, porque en mi memoria pasó desapercibida La Favorita, quizá la decana de nuestras fábricas y creada por un Llavona, que después tuvo tostadero de café, así como ultramarinos finos.

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