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El Otero

Imágenes de usar y tirar

El drama de los niños refugiados y su caída en el olvido

Levantamos de nuevo la persiana de nuestra ventana desde la que nos asomamos, cada semana, al latir de nuestra ciudad. Una ventana abierta a la cotidianidad que nos toca vivir aunque, en ocasiones, trascendamos lo local. Y, a veces, para darnos de bruces con una realidad oscura, irritante, enojosa. Hace un año retomaba estás líneas, en esta época eminentemente festiva y alegre en Oviedo, con la amargura, impotencia, tristeza y rabia que me producía -y a la que no pude abstraerme- aquella imagen del pequeño Aylan varado en las costas de la desesperación. Tumbado -juguete roto- en la arena fría de una Europa hosca e insensible. Un año después, ¿de qué sirvió la desgarradora foto de Aylan? Un pequeño que podría ser cualquiera de nuestros niños y que, como un hiriente latigazo, zarandeó nuestras conciencias con esa capacidad de conmoción que tienen algunas imágenes capaces, por sí solas, de convertirse en icónicas. Los líderes europeos hablaban de "tragedia". Decían sentirse "profundamente conmovidos". Anunciaban la "asunción inmediata de medidas". Palabras vacías. Estériles. Inútiles. Igual que la marea, como millones de lágrimas, borró las marcas de Aylan sobre la arena doliente, el tiempo se llevó las buenas intenciones de nuestros ínclitos dirigentes. Un año después, cuatrocientos veintitrés niños más tampoco llegaron a las costas de la esperanza. El mar se tragó todos sus futuros. Otros miles se esfuman entre inmundas manos rebosantes de inquina y obscenidad. Mientras tanto las mafias siguen haciendo negocio. Las bombas siguen arrasando Siria. Pero ojos que no ven?

Y este verano llegó otra foto. Otro niño: Omran Daqnish. Un rostro ceniciento en medio del naranja intenso del sillón de la ambulancia que le acogía y del que sus piernas, magulladas y descalzas, apenas sobresalían. Una mirada perdida. Ausente. Derrotada. Sin lágrimas. Sin comprender. Una mirada que bien podría ser la de los más de ocho millones de niños sirios que, según Unicef, precisan ayuda. Una mirada que grita ¿por qué? Su corta vida, cinco años, sólo ha sido guerra y dolor. ¿Y qué opciones tienen? Si intentan huir del apocalipsis, acabar encallados en el infierno de un viaje a ninguna parte. Si se quedan, sucumbir ante las bombas del odio y la inacción frente a la barbarie. Cara y cruz de una moneda truculenta. Quizá tendría que pedir perdón a Aylan y a Omran. Perdón porque occidente, ese occidente del que formo parte os ha robado la infancia. Os ha secuestrado el futuro. Os ha borrado la sonrisa. Os ha desvalijado vuestras oportunidades. Perdón porque ningún gobierno ha sido capaz de parar esta diabólica sinrazón. Perdón porque no hemos sabido ser tierra de acogida. Perdón porque no sé qué hacer para vencer la indiferencia ni cómo evitar el peor de los pecados: la omisión.

La vida sigue, claro que sigue, ¡tiene que seguir! Con nuestras fiestas, con nuestra vida, con nuestras esperanzas y con nuestra legítima e inquebrantable voluntad de construir una Asturias mejor y un Oviedo del que, todos, nos sintamos orgullosos. Pero ojalá encontrara la piedra filosofal con la que, sea como fuere, no sólo no me olvide de esos pequeños, sino que hallara la forma de que mis manos sean útiles y necesarias y las imágenes de Aylan y Omran no sean, una vez más, imágenes condenadas al olvido. Imágenes, simplemente, de usar y tirar.

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