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Con vistas al Naranco

Bikini

Ante la celebración de los setenta años de la mítica prenda playera

Apasionados a castizas hemerotecas conmemorativas han celebrado setenta años del bikini. Su origen, al parecer, está en la improvisada comparación de una modelo, integrante del taller costurero "Louis Reard", para la exhibición que iba a hacer: "será como el bombazo militar americano en el atolón de Bikini, de las islas Marshall en el lejano Pacífico".

Claro que, pese a su fuerte detonación, a España tardaría en llegar, con una censura pronto en manos del escrupuloso ministro Arias Salgado, que tapaba centímetros de féminas descastadas en búsqueda del paraíso para millones de almas españolas en riesgo de ennegrecerse con pecaminosas tentaciones; ahora, curiosamente a sensu contrario, los fanáticos terroristas islámicos aspiran también a edénicos cielos, invadidos esta vez de placenteras desnudas mujeres tras asesinar a diestra y siniestra. ¡Menuda la que tuvo el estreno de Gilda, de Rita Hayworth! ¡Y aún la terapéutica "Helga" en el ovetense Palladium!

Si hay quien dice que el bikini, o "dos piezas", llegó relativamente pronto a Santander, que no me creo, Benidorm y Marbella, no apareció en la playa de Salinas hasta los sesenta y muy poco antes en San Lorenzo de Gijón, Santa María del Mar y el Oriente llanisco y y no sé si riosellano. Acompañaba tardíamente al nuevo traje de baño las toleradas revistas francesas "Elle" y "París Match" y la edulcorada versión denominada "Life, en español".

En el Eo, donde pazo, hay quien recuerda que en nocturnas veladas, antes de los puntos del carnet de conducir, una pandilla de veraneantes madrileños y afines se acercaba rayando amanecer, mientras el whisky "se subía a los tobillos", que poetizaba Ángel González, a un bar de la Garganta, donde la mesonera filtraba el café con su sostén, lo que garantizaba silente furor y rumiantes sueños eróticos. El mismo Ángel González contaba el reinado de Terele Pávez, hija del delator de García Lorca, en la noche madrileña de Boccaccio desprendiéndose en la pista de su sostén, aún a pecho tapado. En mi inefable Salinas prohibieron los "shorts de fiesta" que una familia "demasiado avanzada" se había traído ilusoriamente de Londres.

Todavía recuerdo también que un funcionario municipal de Deportes me puso a la firma la prohibición del bikini en las piscinas del llamado Canódromo, o mejor Parque de Invierno, que nos prestábamos ilusionadamente a inaugurar. Sentí, súbito, la expulsión años antes de Cristina y María José Fontana, primas mías, de la piscina del Náutico del Espartal.

Naturalmente nunca di trámite a semejante reaccionario decreto, pero su mero borrador es prueba de cómo se abrió paso el bikini todavía en los ochenta (¡cuarenta años habían pasado desde 1946!) en la todavía clariniana Vetusta.

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