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La mar de Oviedo

Secamanos

Pregunté a Luis Antonio, alma del Día de América, si el tiempo iba a acompañar, respiró y me dijo lo que hoy sabemos: que sí. La lluvia, a efectos del desfile, es peor que el grisú en Mosquitera. Me dijo que los años que llovía se refugiaban en la Escuela de Minas a la espera de una tregua, y que allí se mezclaban gaiteros, reinas del Nuevo Mundo, trombones, cabezudos, niños con traje porruano y brasileñas en pelota, que corrían a los aseos para secar las plumas de sus leves trajes, hasta el punto de quemar los aparatos eléctricos. Las plumas de avestruz cuestan mucho dinero y ellas son las responsables de conservarlas en buen estado; plumas de Pernambuco que al mojarse pierden elasticidad, lustre, colorido..., ya no digamos sus leves tanguitas de seda de Piauí. Así las aulas de Minas sirven para apuntalar y entibar y, si dura mucho la lluvia, en el recalentón de los secamanos, aquellos lodos se vuelven polvos.

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