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Hidalgos

Una reflexión sobre la genética de los asturianos

Es una librería de lance muy pequeña en el centro de Oviedo. Ahí se masca todo. En el libro que llevé para casa ayer -cinco euros- encontré un dato del que nunca se habla: en el Siglo XVII, que está ahí al lado, el 89%, es decir, el 90% -redondeando- de los asturianos, o sea, casi toda la población, eran hidalgos. De acuerdo, hidalgos humildes, pero hidalgos.

Y con ese porcentaje de sangre -90% de una población-, y a poco que se sepa de combinatoria y de genética, se ve que es imposible que un solo asturiano no lleve en sus genes su buena carga nobiliaria.

Es verdad que entre el Siglo XVII y hoy hubo población de aluvión, pero esta tierra, por lo que sea, atrapa como un imán, y todos acaban emparejando con los indígenas, por eso aquí siempre es bienvenido el forastero, pues sus hijos también llevarán sangre hidalga, por lo que pueden estar tranquilos. Sentado que prácticamente todos los asturianos somos nobles, o descendientes, y además "camisas viejas" -desde 1600 por lo menos-, podemos si nos da la gana hacer uso de nuestra condición. ¿Por qué no vamos a ir a Olloniego en la próxima feria de La Ascensión de chaqué los varones y con una maqueta de la Catedral, una cesta de fruta variada, o una copia del viaducto de la Concha de Artedo en el sombrero ellas? Cuando menos las sastrerías y las sombrererías -y las fruterías- notarían un buen tirón.

Es cierto que ser hidalgo tiene inconvenientes. Si nos dan un culín de sidra de piescu, en lugar de torcer el focicu tendremos que paladearlo y tras unos instantes decir lo de "¡oh, excelente cosecha!". Y cosas así.

No obstante son más las ventajas que los inconvenientes, aparte del desarrollo del sector textil y sombrerero gracias a la adquisición de ropa de ceremonia: la autoestima se disparará, y el propio rango nos hará mejores pues nos avergonzaremos por tirar papeles o colillas al suelo, o por mascar el vulgar chicle, como si fuésemos yanquis. O sea, verdaderos caballeros, como nos corresponde por nuestra condición.

Resumiendo: el país de la clorofila, de los castaños, robles, hayas, texos, carrascos, laureles, salgueiros, umeros, osos, lobos, raposos, nutrias, águilas, buitres, ferres, jilgueros, llavanderes, raitanes, luciérnagas, mariposas, cuélebres, santas compañas, fuentes y regueros -todo lo que un buen bosque debe de tener-, frutales y todas las hortalizas, rosales, camelias, margaritas, primaveras, manzanilla, hierbabuena, valles con su río y sus pueblinos con techumbres de teja o de pizarra llenos de paneras y cabazos, puertinos de mar, playas, salmones, chopas, calamares, percebes, oricios, lubinas, y chigres con cazuelinas de callos, de carne gobernada, sidra de bandera, parrochines y pinchos de tortilla, y fábricas gigantes y empresas de todos los tamaños, y los mejores quesos y leche del mundo, el clima cada día más guapo, con una historia real que para sí quisiera Tolkien, el de "El señor de los anillos", y paz, mucha paz, resulta que sus habitantes, bastante crecidos ya por ser asturianos, son hijosdalgo. Lo que nos faltaba. Y son tan grandones que hasta algo así se les olvida. Me parto, me muero, me troncho cada vez que me hablan de los de Bilbao...

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