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Qué difícil es decirle adiós a Nacho Gracia

Apuntes desde la cercanía y la amistad de un sabio amante de la literatura, el cine y los animales

Nos conocimos una de aquellas esperanzadoras noches de un mundo mejor a finales de los años 70, cuando Juan me dejaba a la entrada de mi casa y a menudo ocurría que Ignacio Gracia aparecía por la esquina más próxima con su cunqueriano sombrero verde, después de haber dejado a Covi en la suya. Todo era peculiar en él: andares, vestimenta y fascinante conversación cualquiera que fuese el tema que tocara. Si hubiera estado en mi mano hacerlo yo siempre hubiese elegido que hablara de cine o de literatura, Juan y yo tuvimos la suerte de coincidir con los Gracia en muchos sitios, pues teníamos amigos comunes y además el encuentro con él en la prensa y en los libros suponía un continuo trasvase de sus conocimientos a los demás.

Se ha hablado tanto de él estos días... pero yo destacaría junto a su amor por la literatura y el cine clásicos, su amor a los animales. Siempre recordaré la tensión que observé en su cara una noche en la que, al bajarnos del coche Juan y yo en Villaviciosa a la vuelta de Puelles, donde habíamos pasado el día con ellos, "Risky", nuestro bello perro cocker gabiniano, se nos coló y saltó a la calle. Estábamos al lado de la iglesia de Santa María la Mayor y la carretera general estaba próxima. Percibí la preocupación que reflejó su cara el tiempo que tardamos en ponerlo entre todos a salvo. Y de sus gatos todos le hemos leído y oído contar historias llenas de ternura. Recuerdo a su gata Magdalena, de nombre tan llanisco, a la que tanto quería.

Cuando llegó el premio "Tigre Juan" a su novela "Viaje del obispo de Abisinia a los santuarios de la cristiandad", tuvimos ocasión de leer una novela corta genial que, como Juan Cueto señala en el prólogo, todos habríamos querido que hubiera tenido doscientas páginas más.

Gran amigo de sus amigos, sé que quiso y comprendió a Juan Benito en todos sus matices. Nosotros también le quisimos mucho. Especialmente interesante fue una comida que, en nuestra casa de Lastres, tuvimos con Carlos Bousoño y Ruth. Nacho era gran admirador de la poesía y la labor crítica de Bousoño, por lo que la conversación fue fascinante.

Era un lector sabio que, consciente de la brevedad de la vida, no perdía el tiempo con lecturas o con películas que no fueran las que obligatoriamente todos desearíamos haber leído o visto al final de nuestro camino.

Gracias, Nacho, nos queda tu obra y el ejemplo de tu vida tan personal y lúcida.

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