Estos días charlo en Londres con estatuas, con escritores muertos, para un proyecto en el que yo mismo muero de ganas. Despacho con Daniel Defoe, en Bunhill Fields; con John Donne, en Saint Paul's Cathedral; con Rudyard Kipling, en Guy's Hospital; con Dickens, en la Westminster Abbey; con Lord Byron, en Piccadilly, 139; con Barrie y Peter Pan, en los Jardines de Kensington; con Connan Doyle y Sherloc Holmes, en Baker Street; con Virginia Woolf, en Gordon Square Bloomsbury; con Homero, ¡sí, con Homero!, en el British Museum; con Shakespeare, en Leicester Square; con Agatha Christie y Miss Marple, en el Soho, en Great Newport esquina Long Acre; con Oscar Wilde, en Adelaide Street; con mi admiradísima George Eliot (Mary Evans), en el cementerio de Highgate... Y los escucho más que hablo; lo oí a mi abuelo: "La muerte nada se calla".
La mar de Oviedo