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El Rubín y la mili que no fue

Al acuartelamiento ovetense acudían a tallarse los mozos que entraban en quintas, muchos de ellos con la esperanza de librarse del servicio

Yo era un mozo que entraba en quintas aquel año. Estaba muy tranquilo porque sabía que iba a librarme de hacer la "mili", por dos razones. La primera, por ser hijo de viuda, y la segunda, por tener una pierna fastidiada. Así que, llegado el día de ir obligatoriamente al Rubín a tallarme, no me presenté y dejé pasar el tiempo pensando que el asunto se arreglaría solo.

Pero no se arregló. Un buen día se presentó la Guardia Civil de Información en mi casa y le dio un buen susto a mi madre, preguntándole si yo vivía allí y diciéndole que debía presentarme lo más rápidamente posible en el cuartel. Mi madre me contagió la angustia y al día siguiente fui hasta Rubín "a carajo sacado".

Allí me presenté, y el sargento que me atendió buscó mi expediente de prófugo. No encontró nada. Coincidió que pasaba por aquel mostrador el capitán Ortega, al que conocía de la parroquia de Pumarín. Se prestó a abrirme el expediente con los datos que le facilité. De esa forma me designó un día determinado para tallarme. Había más prófugos ese día. Nos pusieron en fila y cuando un malhumorado sargento se dirigió a mí, me dijo: "Arrímese ahí para medirle", a lo que le respondí con la mayor inocencia: "¿Con qué pierna?". Su respuesta fue inmediata, porque sin mirarme dijo: "De mí no se ríe ni mi madre". A lo que le respondí: "Es que soy cojo". Puso entonces mejor cara y me pidió perdón. Luego pasé al despacho médico, me miró, me preguntó si tenía pensado operarme algún día, le respondí que no, y sin más me despachó diciéndome que estaba exento del servicio militar.

¿Piensan ustedes que mi vida militar acabo aquí? Pues se equivocan del todo. Años después quise sacar el pasaporte, y parte de la documentación que debía presentar en Comisaría era la cartilla militar. Como yo tampoco me había preocupado de tal documento al quedar exento, supuse que era en el Rubín donde debía reclamar la cartilla. Así que otra mañana me fui hasta allí. Un soldado raso me preguntó lo que quería y le hablé del problema vivido años atrás. Le dije que no había recogido la cartilla correspondiente. Buscó entre los documentos de aquel año y tampoco aparecía expediente alguno a mi nombre. Al final, me dijo: "Estará en la sección de quintas del Ayuntamiento de Oviedo". Me fui al Ayuntamiento, donde una persona mal encarada me dijo que dicha cartilla no se encontraba allí, que estaría en el Rubín. Ya me estaba cansando un poco de tantas vueltas y de no encontrar el documento que precisaba. Volví a bajar al cuartel. Le conté al mismo soldado anterior lo ocurrido, y entonces llamó a un alférez que se enfrentó conmigo y hasta me amenazó con llevarme a la prevención.

Como aquello eran ya palabras mayores, abandoné Rubín sin mirar para atrás y volví de nuevo al Ayuntamiento, porque prefería enfrentarme con un civil que con un oficial militar amenazante.

Ya más calmado, volví a encararme con aquel funcionario municipal, que extrajo de debajo del mostrador un librote donde sí figuraba mi nombre. Con aire despectivo e insultante me dijo: "Haberlo dicho antes, usted es inútil total".

Cerró el libro y trajo un documento que sustituía a la cartilla militar. Aquí acaba mi historia después de tanto paseo infructuoso, declarado yo moralmente inútil total. El documento lo guardo con mucho amor y cariño, por si acaso un día me llaman a filas y no tengo con que justificarlo.

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