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Con vistas al Naranco

Delfines contra el suicidio colectivo

Los movimientos de ciertas especies tras un ejemplar de referencia

Good bye, Panamá.

León Felipe

Una tarde agosteña del año pasado, coincidiendo con la visita de José Luis García Martín, personalidad exquisita, los delfines entraron en la ría del Eo con el correspondiente espectáculo. Ya las perseidas habían precedido en mágicas noches.

Martín, tal le llamaba el poeta Víctor Botas, recordó cómo los padres de Antonio Machado, cuyo heterónimo Mairena se pretendía de Casariego, se conocieron contemplando insólitos delfines en el Guadalquivir. Jovellanos, el curioso contemplador, ya hablaba de los cetáceos del Arbeyal, motivo de una magnífica obra gráfica de Jaime Herrero.

Los delfines eotos que antes Eloína y yo vimos -arroas les decían los ribereños- en la playa gallega de Carnota faltaron este pasado verano. No dejé, sin embargo, de documentarme sobre sus extraños comportamientos, incluso sobre el suicidio colectivo de algunas manadas.

"Los varamientos masivos de ejemplares son relativamente comunes en casi todas las latitudes y en todas las épocas del año. Generalmente abarcan tres especies: el calderón, la falsa orca y el cachalote. Todos tienen una compleja estructura social, en estos casos el error es del líder que normalmente conduce la manada, que al acercarse demasiado a la costa persiguiendo presas o escapando puede llevar a un desastre masivo".

En el Eo vimos varias piezas saltarinas que, al parecer, se movían siguiendo las indicaciones ultrasónicas de un líder clarividente. Como no había senda suficiente para la pesquería, a tiempo hubo rectificación disciplinada de rumbo. No obstante, en las proximidades otros varios líderes inexpertos, que nunca debieron serlo, y probablemente desnortados, buscaron el límite de conducir la manada al desastre y al absurdo del suicidio colectivo, cediendo el predominio a tiburones depredadores. Es también el mito que propaló Disney de los roedores lemmings.

Esta vez, en efecto, se abstuvieron de venir, cuando un apenas conocido líder evitó la muerte generalizada y una errática actuación semejante a las sectas noramericanas Davidianos Adventistas del Séptimo Día o fundamentalistas orientales de varias raleas, kamikazes, bonzos y/o yihadistas diversos, sin memoria histórica, que es lo que, al parecer, no puede faltar nunca en los delfines genuinos.

No tengo la esperanza sino la seguridad de que con tiempo y serenidad, marginados sacrificios supremos de autoinmolación, ya preteridos por la Historia, volverán a predominar y a implantarse los sesudos partidarios del medio ambiente, la firmeza cordialidad, las mejores tradiciones y el equilibrio. Les espero para pronto renaciendo, desde la entrada del Paraíso Natural, aun a sabiendas de que las aguas jamás estarán templadas, y menos en el embravecido Cantábrico.

Mientras las perseidas, desprendidas de un cometa prodigioso, siguen llorando ininterrumpidamente a la espera de delfines serios, capaces de enjugar lágrimas, aptos para navegar en el aparente remanso y la turbulencia hasta superar a los torpes entreguistas de vidas ajenas.

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