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La huella de Falla en Oviedo

La visita del compositor en 1917 y su amistad con Plácido Álvarez-Buylla

Falla visitó Oviedo por segunda vez en 1917 y los miembros de la junta de gobierno de la Filarmónica, además de agasajar al compositor, con banquetes, le mostraron nuestra ciudad y quedaron encantados con su personalidad. Estuvieron en la Catedral, la Cámara Santa y la capilla de la Balesquida, donde rezaron con gran fervor a la Virgen de la Esperanza. Falla quedó sorprendido de que la Cofradía existiese desde el siglo XIII. Le llamó la atención la imagen del Santo Inocente Niño de la Guardia, que allí se venera.

Falla era hondamente religioso, preocupado por atender a los pobres, ayudar en problemas de analfabetismo, hacer caridad, sin signos externos, con criterios humanos y amor al prójimo. Estuvo en casa de Plácido Alvarez-Buylla, en Uría 44 y nos contaba don Plácido que Granada era el lugar de trabajo del compositor, pero que como viajaba demasiado, una vez al año hacía una cura de soledad en una pequeña ciudad, sin hablar con nadie durante diez o doce días. Así se preparaba para trabajar. "Mire, don Plácido, estoy absolutamente entregado a la música y la música es necesario vivirla, porque la formación de la obra musical es un poco como la creación del ser, pero es necesario tiempo, se la ve formarse de una manera natural... es algo misterioso la música", decía el compositor.

Seguía manifestando que es necesaria una música "en la que las leyes eternas del ritmo y de la tonalidad, estrechamente unidas, sean observadas de manera consciente". Falla rehuía siempre, modesta y cristianamente, toda referencia a la vida propia. No predicaba más que la libertad artística.

Refiriéndose a Maurice Ravel, aseguraba que lejos de ser el "enfant terrible" que en el primer periodo de su carrera muchos creyeron ver en él, fue un niño prodigioso, cuyo espíritu hacía sortilegios por medio de su arte audaz, de distinción suprema y rara perfección, cuyos procedimientos de escritura obedecen siempre a la intención creadora. Podríamos decir que la obra de Ravel vivirá siempre entre aquéllas creaciones que fielmente cumplen su misión de alertarnos en nuestro caminar.

Decía Falla que conoció a Ravel después de su llegada a París en el verano de 1907, y éste fue el comienzo de una amistad que nunca dejó de ser sinceramente cordial. Igual que la de don Plácido, presidente de la Sociedad Filarmónica, y don Manuel. El gran músico gaditano se preocupaba por la Filarmónica tras los lamentables sucesos revolucionarios del año 1934, así como también de la familia del presidente, como consta en preciosas y emocionantes cartas.

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