Aún resulta controvertida la programación de obras contemporáneas en las temporadas de conciertos no especializados. Los argumentos encontrados pasan por la propia definición de "contemporánea"; para unos, todo lo que es de nueva creación y, por tanto, de actualidad; para otros, la música adscrita a la temporalización estética del siglo XX, que es cuando el término se acuña para defender el vanguardismo frente a la estética y estilos heredados del pasado.

El joven estadounidense Joshua Weilerstein no solo es uno de los directores más prometedores de su generación, sino que es un comprometido defensor de la búsqueda del equilibrio entre el repertorio tradicional y el de nueva creación. Sin embargo, para esta ocasión lo más cercano al panorama compositivo actual han sido dos obras de la segunda mitad del siglo pasado, la "Serenata para violín y orquesta sobre 'El Banquete' de Platón" de L. Bernstein, estrenada en 1954, y las "Ramificaciones para orquesta de cuerda" de G. Ligeti, obra terminada en 1969.

J. Weilerstein pertenece a una generación de músicos que se acerca a las "vanguardias" desde una revisión estética posmodernista que, rompiendo el principio de autoridad heredado de la modernidad racionalista, ha buscado a través del relativismo estético una reconciliación entre el artista y el público, rompiendo incluso la habitual organización diacrónica del programa en una sucesión cronológica de las obras y los compositores. Es la comunicación lo que prima. No resultan extrañas las palabras dirigidas al público durante el concierto por parte del propio Weilerstein, en el que invitó a no escuchar la obra de Ligeti, y su técnica de "masa de sonido" desde una perspectiva narrativa o incluso musical, sino como si de un lienzo de pintura se tratase.

Esa cercanía comunicativa se plasmó en la "Sinfonía nº 60 en Do mayor, 'El distraído'" de J. Haydn, con la que comenzaba el concierto. Obra llena de sorpresas, citas musicales populares y giros llenos de expresividad dramática que la "Orquesta de Cámara de Lausanne" consiguió plasmar con un efectista acierto. Con la "Serenata para violín y orquesta sobre 'El Banquete' de Platón" de L. Bernstein, el violinista Renaud Capuçon dejó a un lado el virtuosismo melódico de otros repertorios para acercarse a una obra llena de dificultades técnicas, donde los cambios de ritmo y el juego de timbres desplegados por solista y orquesta resultaron el marco idóneo para desarrollar todo su potencial.

Tras las "Ramificaciones para orquesta de cuerda" de G. Liget, la "Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, 'Renana'", de R. Schumman, vino a cerrar un concierto atípico y lleno de calidad. Con la "Orquesta de Cámara de Lausanne" al completo, Weilerstein consiguió una interpretación llena de matices, en la que destacó el equilibrio conseguido entre las diferentes secciones, realzando la presencia motívica desarrollada por cada instrumento. Un equilibrio que consiguió gamas aterciopelados en la solemnidad de los metales en el "IV movimiento". Este trabajo por secciones dio pie a la propina, "Música nocturna de las calles de Madrid" de L. Boccherini, con unos violines segundos concebidos a modo de solistas.