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Gaspar Cassadó, caballero del chelo y de la vida

El ejemplo de un genio que cruzaba el mundo para actuar en la Filarmónica de Oviedo

Gaspar Cassadó fue un artista muy vinculado a la Sociedad Filarmónica de Oviedo donde dejó verdaderos amigos. Es de justicia ofrecerle un recuerdo cuando se acerca el cincuentenario de su fallecimiento.

Sentía gran entusiasmo por las sociedades filarmónicas, instituciones culturales sin ánimo de lucro. En efecto habrá pocos ejemplos en los que una conexión espiritual tenga más hondo sentimiento, ya que estos grupos musicales se forjan y sostienen con mil piruetas y cálculos administrativos inverosímiles, gracias a la amistad y la colaboración de los socios, que los hacen posibles. Las filarmónicas han salvado muchas veces del ayuno artístico a las ciudades ya que en sus programas hallan el exclusivo asidero para que las aficiones no se pierdan.

Cassadó, por su ancha humanidad, era el prototipo del intérprete que se recibía con alborozo, porque no pasaba como un artista más, sino como un colega directo, un compañero de ilusiones, un verdadero exponente de la sencillez y la sinceridad que no conoce etiquetas. Cassadó era distinto en todo, habituado a participar de su cordialísimo gesto de saludo, en la escena. Era un charlista encantador, perfecto animador de las tertulias. Hablaba con expresividad inimitable, como nos contaba don Pedro Masaveu Masaveu. Relataba situaciones con la medida y el carácter exacto, lo de sus años difíciles los expresaba de un tierno tono risueño. Revisando el archivo de la Filarmónica, verdadera joya de nuestra ciudad y acaso de España, se presentó Rubinstein, en un concierto y al día siguiente un muchacho de 18 años, que sería asiduo de la Filarmónica hasta su muerte y que conquistaría la fama, es Cassadó y le acompaña su padre al piano con la inscripción de G. C. Walls en el programa, disimulando la paternidad.

Estamos en 1916 y llegaría a ofrecer hasta 21 conciertos en la Filarmónica. Cassadó buscaba y lograba un sonido admirable, él nos dio más que ningún otro la de su inspiración y fuego, su entrega y corazón desbordados, y como artista era un volcán en permanente erupción. Hacía un alto, un paréntesis, en su vida de artista consagrado y venía a Oviedo, a la Filarmónica. Atravesaba Europa y si es preciso el mundo entero, para no quedar ausente en las bodas de oro de la entidad. No quiso privarse del placer de ser acompañado por la Orquesta Nacional y Argenta. Venía por estímulo afectivo, por impulso del corazón, para interpretar el "Concierto" de Dvorak, con un éxito clamoroso. En el aspecto personal parecía el eterno joven, su charla era rica y expresiva, la voz persuasiva. Ejemplo de bohemio entrañable, mezcla de ordenado y anárquico.

Convertía las reuniones en personas que parecían haberse tratado toda la vida. Felicitas Keller, directora de la agencia de conciertos, decía que era un ser único, por su calibre humano, por su vitalidad, por su generosidad y su esposa decía que no era mérito, ya que su esplendidez en él era una manía.

Hombre de gustos refinados, vivía en una bellísima torre del mágico rincón florentino del Ponte Vecchio. Se unió a la pianista japonesa, Chieko Hará, compañera en los últimos años, colaboradora en el arte y en el hogar. Los dos visitaron nuestra Filarmónica. Gaspar Cassadó no tiene reemplazo. Su corazón cesó de latir en la Nochebuena de 1966 y ahora cantará sus composiciones con una melodía inextinguible.

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