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Crítica

Un presente asegurado

La solvencia de cuatro sólidas promesas de la música

Mientras los medios de comunicación denuncian a diario la desoladora realidad laboral y profesional de miles de jóvenes y las instituciones políticas enarbolan, amenazantes, las preocupantes estadísticas, anunciando un futuro poco esperanzador, se va diluyendo y disimulando la idea de que la juventud ya es un protagonista activo de su presente. En términos de educación, a veces, se ha caído en el error de que el joven se prepara para un futuro, posponiendo por tanto su capacidad de protagonizar su vida a la culminación de esos estudios o proceso formativo. En pocos ámbitos se puede demostrar tan bien la falacia de esta idea como en el de la música. El estudiante de música, el cantante o instrumentista, asume, sobre el escenario, todo el peso y responsabilidad de la obra. Se pone en juego todo su talento, disciplina y técnica adquirida en años de trabajo que no le abandonarán durante el tiempo que dure su carrera musical, que es tanto como decir, su vida.

La Sociedad Filarmónica ha demostrado, en sus más de cien años de existencia, ser consciente de esta realidad, abriendo sus puertas a generaciones y generaciones de jóvenes talentos que encontraron en su escenario el respeto, la acogida y la proyección que su buen hacer merecían. El pasado martes fue el turno de cuatro promesas que ya demuestran en el presente un futuro asegurado: el violinista Ignacio Rodríguez Martínez de Aguirre, la viola Lisa Koroleva, el violonchelista Jaime Calvo-Morillo Rapado y la pianista Anastasia Vorotnaya. Solo un trío y un cuarteto fueron suficientes para mostrar el nivel que adquiere la formación de músicos en nuestra región y como se ha creado un efecto llamada a jóvenes de otras latitudes.

El "Trío para cuerdas en do menor" de L. V. Beethoven marcó el inicio de un concierto lleno de pasión interpretativa que fue mucho más allá de la pura corrección técnica. El "Allegro con spirito" resultó equilibrado en el trabajo realizado por los tres instrumentistas, que lograron sin dificultad dotarle del carácter tortuoso y atormentado que se ha querido reconocer en este primer movimiento y que situó en contexto el "Adagio con espressione" del segundo movimiento y contrastó en efectismo con el juguetón "Scherzo. Allegro molto e vivace" antes de un entusiasta "Finale. Presto".

En el "Cuarteto con piano en mi bemol mayor" de R. Schumann, se hizo notar la huella del violinista ovetense Ignacio Rodríguez, cuyo sonido envolvió el resultado tímbrico del conjunto, favoreciendo el fraseo y una articulación muy depurada que fue perfilándose desde el "Sostenuto assai. Allegro ma non troppo" de impronta beethoveniana. Una fantasía evocadora se hizo notar en el "Scherzo: Molto vivace", transformada en la subyugante cantinela del "Andante cantábile" a la que el piano de Anastasia Vorotnaya arropó con gran delicadeza. Solo el "Finale: Vivace" de este cuarteto de Schumann ya merecería un comentario y reconocimiento aparte. La explosión contrapuntística que desarrolla sobre una forma libre y de inspiración cíclica fue el marco ideal para aplaudir el trabajo de estos cuatro jóvenes talentos. El chelo de Jaime Calvo-Morillo subrayó el cálido discurso que ya había establecido desde el comienzo de la obra junto a la viola de Lisa Koroleva, sutilmente sugerido desde el violín del Ignacio Rodríguez.

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