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Crítica / Teatro

Adolescentes a escena

El peculiar mundo de una familia obligada a convivir con el drama del alzhéimer

"Crecer" es una comedia de tono melancólico, compuesta de cuadros cuya ambientación está marcada por una música delicada y exquisita, que le viene como anillo al dedo. Mar Álvarez consigue transportarnos a la atmósfera de las películas de la Nouvelle vague, en las que, sin que aparentemente "pase nada", adolescentes atormentados transitan a la madurez? Aunque en este caso es a la inversa, pues se trata de una adolescente muy madura que se enfrenta con perplejidad al pueril mundo de unos adultos extravagantes. El detonante de la acción es la llegada del padre biológico de Adriana, la protagonista, a la que abandonó antes de su nacimiento hace 16 años y a la que ahora quiere conocer. Alejo, que así se llama el susodicho, se ve aquejado por un pedazo de síndrome de Peter Pan al que arrastra a los padres de Adriana. Tras presentarse primero en DVD e instalarse en la casa, irá alterando el universo de esta peculiar familia, que además se ve obligada a convivir con el drama del alzhéimer, personificado en la figura de un abuelo, niñotizado e indefenso, que busca a su vez a una madre que sólo Adriana le sabe ofrecer.

Estamos pues ante una pieza de Maxi Rodríguez alejada del estilo y comicidad al que nos tiene acostumbrados, aunque a menudo despunte la frase desestabilizadora, que es su identidad, entre una secuencia de cuadros con vocación dramática y sentimental, en ocasiones muy bien conseguidos. Las escenas entre el abuelo y la nieta, de gran ternura, se apoyan en la brillante construcción del personaje por parte de Moisés González, y suponen un refugio para la adolescente, ya que el mundo adulto se encuentra muy caricaturizado en los tres progenitores teatreros y exhippies -clowns más que otra cosa- que incapaces de empatizar con su hija, se niegan a abandonar la infancia. Hay también un amigo confidente de Adriana con quien comparte las salidas de tono de sus padres y un jefe de estudios, de contrapunto, que representa la sensatez de los mayores. Al final el aprendizaje de la protagonista se precipita con un suceso dramático: el sufrimiento es parte de la vida y la vida sin dolor es una ficción.

Pero el teatro y el metateatro existencial -llamémoslo así- está muy presente en toda la obra, no sólo en las parodias de las improvisaciones y calentamientos, sino también como metáfora y única alternativa posible "para ser otro cada vez", pues "cuando decides ser actor, decides no crecer". Reivindicación del síndrome de Peter Pan expuesta desde una óptica sencilla y optimista, ya que el mensaje parece no ser otro que la búsqueda y preservación de la infancia como inocencia y pureza y no como el egoísmo narcisista e inmaduro con el que se suele asociar este síndrome.

Tres pizarras situadas en el centro del escenario y unos pocos elementos más arropados por un fondo musical efectivo son suficientes para vertebrar el espectáculo y lograr el tono melancólico, delicado y sutil que la pieza precisa. Por su naturalidad como adolescentes perplejos destacan Paula Mata y Saúl Nicolás, Moisés González por lo verosímil del anciano demenciado y el resto del reparto por su vis cómica en los momentos más hilarantes.

La pieza es también una apuesta de El Callejón del Gato por atraer al público adolescente a los teatros, esa franja de edad escurridiza que parece no reconciliarse con el arte escénico. Y a los que esperemos que en campañas adecuadas se consiga llegar, ya que en ellos está nuestro futuro. El público del patio de butacas, con algo más de media entrada, aplaudió con gusto la representación.

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