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Con vistas al Naranco

Del "gist" al termómetro de Mafalda

Crónica de una exitosa intervención en el Hospital Universitario Central de Asturias

Éramos mi hermano y yo adolescentes cuando descubrimos en una casona palaciega de la Bretaña profunda trece frascos cristalinos que contenían pequeñas vísceras, bañadas en líquidos transparentes. Eran apéndices de la familia que el viejo decano, doyen, sacado de Balzac, guardaba en el chinero de la escalera. Nos impresionaron hasta el punto que el desdén repulsivo me duraba años después cuando el hermano de un entonces desconocido Adolfo Suárez extrajo de urgencia mi propio apéndice.

Fue en la clínica deustotarra del doctor San Sebastián, abuelo de la escritora Isabel Sansebastián y de las Pérez Yarza, muy queridas compañeras universitarias. Por cierto, don Vicente San Sebastián era una eminencia, buen amigo y seguidor cotidiano del ovetense Indalecio Prieto. Mi primer deseo era que ni se les ocurriera obsequiarme esa pequeña parte de mi cuerpo. Aquel extraño sentimiento lo mantengo cuando, por fin, quitaron mi gist (siglas inglesas de gastrointestinal stromal tumors) que, siguiendo mi manual básico de ciencia ficción era un alien, u octavo pasajero, casi polizón, del que debía desprenderme sí o sí.

Todo bien, salvo que el preoperatorio no revelaba que mi vesícula tenía un áurea de pus amenazando infección generalizada. Mi mujer, sabia siempre, lo preveía, no obstante. Tuve, pues suerte, pues me lo limpiaron todo a tiempo, sin actualizar de mi parte la macabra afición coleccionista de los amigos bretones.

Un excelente cirujano y su equipo de primera me recompusieron en el HUCA, tan bien atendido por personal gratísimo y vecinos de habitación, enseguida amigos, animosos en sus vitales dramas.

Si mis admiradas CGO y AHM, intelectuales también de primera, me animaban a fabular sobre el alien, JLV, íntimo en la larga travesía desde el vientre de la ballena facciosa, apreciaba mi estoicismo marcoaureliano.¡Qué remedio con lo que inopinadamente llega! Además, afrancesado irredento, ha mucho que leí en original a Marguerite Yourcenar, si bien la traducción de Cortázar, belga como la autora, no es menos impactante. Por cierto, lectura en la que recalaban también Felipe González y Carmen Romero, compañera de escaño bruselense, heroína indudable por la salud sin afectar al trabajo comprometido.

A fuer de liberal y pese a lo mucho que me afano en la imprescindible tolerancia no llevo bien la proverbial incultura de los nuevos políticos, nuestro antiguo seudo líder incluido. El fallo es también mío cuando resulta hombre providencial un inculto, aunque simpático y carismático, como Adolfo Suárez, por ejemplo, y en esa mismo concepto simplista de derechona fracasan, política o moralmente, cultivados, tal Fraga, Pujol, Robles Piquer, Fernando Suárez, Diez Alegría, Calvo Serer, Calvo Sotelo o Herrero R. De Miñón, García Margallo, Alex Vidal...

Ya sin gist ni vesícula queda mucho que contemplar aún en este mundo condicionado por la espiral de patonismo feroz: Putin//Trump-Farage. Como sostenía Mafalda, hoy contempladora, difusa y flotante, en efigie desde su banco francisco, "el mundo está muy malito".

Tampoco me llevé del HUCA el termómetro auricular tan sofisticado que habría quebrado la magnífica viñeta de Quino con un globomundi abrigado entre mantas y su tomador de temperatura convencional.

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