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Crítica

Velada musical con claroscuros

La interpretación de Leticia Moreno fue de menos a más, pero en ocasiones estuvo descontrolada

La violinista Leticia Moreno cautiva cuando pisa el escenario, cuando su violín Nicolò Gagliano de 1762 libera esa fuerza lírica que hace a esta joven solista tan especial. Todavía recuerdo su aparición en 2015 al frente de la "Sinfonía española" de Lalo, obra con la que emocionó a todo el Auditorio ovetense. Y allí volvió el viernes, tras su paso por Avilés, también junto con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA). Sin embargo, en esta ocasión su visita dejó un sabor agridulce. Moreno rebasa expectativas con una carrera de altura y de actividad intensa, si tan solo revisamos sus compromisos en las dos últimas temporadas. Ahora acaba de debutar con la Royal Philharmonic mientras graba nuevo disco con la Filarmónica de Londres en los estudios Abbey Road.

Leticia es versátil, carismática y una artista todoterreno que, con poco más de treinta años, ya es considerada a nivel internacional, quizá con un acelerón en los últimos años, que esperemos sea gestionado de la mejor manera, para dar solidez a una carrera profesional de décadas. Al menos, así le gustaría a la que escribe, porque creo que Leticia tiene una sensibilidad singular como intérprete, cuando defiende, primero, la búsqueda de un sonido propio y personal a través de su instrumento, multicolor.

En su regreso defendió un Mozart particular, que no cubrió expectativas junto con la OSPA, como fue la opinión general a la salida del concierto que dirigió Rossen Milanov. En esta ocasión faltó consenso entre solista y orquesta, en el "Concierto para violín nº 5 en la mayor, K. 219", donde Mozart amplía su inventiva lírica con intenciones renovadoras. La interpretación fue de menos a más, pero escuchamos a una OSPA forzada y a una solista en ocasiones descontrolada, especialmente en el primer movimiento. Parecía faltar el entendimiento entre ambos. Más exquisito fue el violín de Moreno en el "Adagio", de otra calidad sonora, y mejor partido extrajo el conjunto a los contrastes del último rondó; pero, pese al impulso, costó encajar fuerzas y saborear las cualidades del violín solista.

Esta vez lo mejor llegó en la segunda parte de la velada, con la "Sinfonía nº 7" de Dvorák, que logró calar hondo en el público. Se trata de una obra con una sonoridad que abruma, sobre todo por la riqueza de ideas musicales que desarrolla. Así, cruza la obra cierta energía oscura, trágica, con el caudal melódico del compositor, que trabaja con fluidez rítmica y con imaginación de texturas. Todo ello lo tuvo en cuenta la OSPA con Milanov a la batuta, para una interpretación profunda, dinámica, reflejo de la flexibilidad de la orquesta, con los vientos al máximo nivel.

El programa lo completó el estreno de la obra "The Rise of Exotic Computing", de Mason Bates (1977), compositor ecléctico que triunfa desde Estados Unidos, valorado especialmente en la música electrónica y electroacústica. Esta obra, encargo de la Sinfónica de Pittsburgh, utiliza un ordenador que, a manos del percusionista Francisco Revert, potenció tímbrica y rítmicamente la obra, para fundirse con un grupo reducido de instrumentos -con un uso por otro lado, convencional-, para evolucionar como por superposición de bucles sonoros, bajo la inspiración del "house" y otros estilos que descubrieron la faceta de disc-jockey del compositor. Toda una novedad, por tanto, en esta plaza, aunque no sea una obra tan innovadora, si pensamos en la evolución de la música desde mediados del siglo XX.

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