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Con vistas al Naranco

De la tour de Montaigne a la Trump Tower

Sobre la conexión de Oviedo con Burdeos y Nueva York

¡Mi único deseo es conocer el mundo y las comedias que en él se representan!

Descartes

En octubre de 1990, la tarde anterior a la entrega de los Premios Príncipe, uno de los galardonados, el venezolano Arturo Uslar Pietri, pronunció en el Paraninfo de la Universidad un discurso magistral sobre "La Lengua de Cervantes" como a su juicio deberíamos llamar a Hispanoamérica. El gran novelista Carlos Fuentes me expresó explícitamente su entusiasmo con los contenidos de aquella disertación y la fuerza que irradiaba el venerable don Arturo. Fue, en efecto, un acto maravilloso que no tuvo tanta trascendencia en medio de los fastos principescos. A mí me llegaron no tanto las referencias cervantinas, que también, como las dirigidas a otro clásico, con el que, entonces, yo apenas estaba familiarizado: Michel de Montaigne.

Han pasado años, y desde aquella víspera, el pensador renacentista francés ha estado contaminándome. Semanas después de aquella velada universitaria me recibía en el Ayuntamiento de Burdeos, J.J. Chaban Delmas, sucesor, pasados los siglos, de Montaigne en la Alcaldía de la capital girondina. Quise que mi anfitrión de entonces me llevara hasta la torre en la que Montaigne había escrito sus "Ensayos". No hubo lugar: estaba lejos y fuera de su circunscripción, que, además, Chaban iba reduciendo para evitar mayorías electorales ajenas.

- "Lo previsto es que veas la casa de Montesquieu...", me dijo. Nos reuníamos para hablar del Arco Atlántico y no correspondía detenernos en el contexto de los Essais.

Se trataba además de falso dilema, Montesquieu y su división de poderes son para mí, evidencia aparte, fundamentales, y el mismo Montesquieu es ferviente lector de Montaigne, ambos por doquier en Burdeos. Quedé, en definitiva, sin visitar la tour; a cambio traje la circulación mixta de una calle que copiamos en el primer tramo de Gil de Jaz, la intuición de que el ejemplar servicio municipal de aguas no debía privatizarse y la certeza que la acústica del nuevo Auditorio, proyectado para Oviedo con el genial Rafael Moneo, tras un concierto desigual de Ravel / Debussy, viejos conocidos de los filarmónicos ovetenses, debía cuidarse, lo que encargamos a García de Paredes, sobrino político de Falla. Estos aspectos del sonido esmerado y del despacho especializado serían luego respetados por mi sucesor, lo mismo que el emplazamiento escogido por Moneo pero, en una cabezonería absurda -¡a la vista está!- sin Moneo, marginado abruptamente por C. Marcos / G. Lorenzo.

Ese año, y después varios más como simple abogado libre, conocí la famosa, que ya lo era mucho, Trump Tower en la Quinta Avenida. Su propietario arrastraba ya múltiples leyendas. En el 2001 estuve catorce veces desayunando en la tercera planta, abierta al público, que ahora bien se reproduce, cascada incluida, en las imágenes archiconocidas del pintoresco presidente electo.

Jorge Edwars sostiene que Montaigne es el hombre más libre de su tiempo, incluso de todos los tiempos. Stefan Zweig concebía antes de suicidarse, a través de Montaigne, una nueva aurora europea.

De Trump, sometido a tanta fiscalización, no se podría decir nada de lo que vieron Edwars y Zweig, pero quizá que es el hombre que condicionará más la libertad en la historia de la Humanidad a partir del 20 de Enero.

Las torres girondina y neoyorkina son incomparables, incluso resulta ofensa absurda mencionarlas juntas, pero la desproporción simbolista, no por las dimensiones de la construcción o el físico precisamente de ambos inquilinos, estremece mi personal vara de medir humanista, que habría dicho el inolvidable Cándido Riesgo. También tiembla un punto de cultivado pensamiento renacentista.

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