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Como él merecía

Félix Richard tuvo el pasado sábado en la iglesia parroquial de San Melchor de Quirós la despedida que merecía. Alberto Reigada, como oficiante, encontró el tono exacto en el funeral y, sobre todo, en una homilía que, sin dejar de ser entrañablemente cercana, dejó un testimonio fiel de quien había sido el fallecido. Era el colofón perfecto de las opiniones que había reunido Elena Vélez en LA NUEVA ESPAÑA, que se sintetizaban en la misma página en el artículo de José Luis López del Valle titulado con un insustituible, por perfecto, "Todo corazón".

Poco se puede añadir y, sin embargo, siento la necesidad de intentarlo. De la mano de Félix di mis primeros pasos en la profesión periodística, en aquella vieja redacción de "La Voz de Asturias" en la calle Gil de Jaz. Él me enseñó con paciencia y cariño no sólo esos rudimentos específicos que son imprescindibles para cualquier oficio, sino también muchos de los principios fundamentales del periodismo, entre ellos el de que el periódico está siempre por encima del periodista y que, si da una información precisa y está bien redactada, es tan importante, o más, una gacetilla sin firma que una brillante columna de opinión. Más que un compañero, se portó conmigo como un padre. No porque yo lo mereciera. Simplemente, él era así.

La vida separó nuestros caminos. Pero, si nunca lo hizo del todo, de nuevo el mérito fue suyo. A lo largo de su vida mantuvo vivo el afecto a todos los que quería -su familia, lo primero, pero también muchos amigos- y nos lo hacía llegar cuando la oportunidad lo propiciaba y, siempre, a través de esa llamada navideña que nunca faltaba. La Navidad nos pedirá ahora cada año que le sigamos teniendo presente.

Un beso, Félix.

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