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La mar de Oviedo

Amantes

Tina, por decir un nombre, es de Oviedo y está bien casada, aunque desde hace treinta años se ve con su amante en un apartamento que ambos alquilaron en Pravia para intimar los jueves, el día de mercado, y de paso comer una buena menestra, cuajada con fresas ella y él boroñinas. Treinta años amándose apasionadamente, a veces antes de las boroñinas. Ahora, me cuenta Tina, remitió la cosa, ninguno de los dos es lo que era, en cuanto a lo que imaginamos que pudo ser; las entrañas y aquel recorrido de perdición por el infierno tomaron una deriva entrañable, diríase que angelical, noli me tangere, y los jueves ella guasapea con la peña mientras le pega al moscato, y él bebe menos porque está aprendiendo a manejar un dron de seis hélices, que a veces sale por la ventana y le filma imágenes insólitas del tejado. Yo le digo a Tina que ahora, en esos límites pequeños, es cuando hay de veras delito.

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