La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Con vistas al Naranco

Huevos y tréboles con Gil Parrondo

Un homenaje al fallecido cineasta asturiano

Recuerdo bien la mañana dominical que me topé por primera y única vez con un mítico trébol de cuatro hojas. Fue en Salinas, en el camino hacia la Iglesia. El inolvidable trebolín quedó olvidado entre las finas hojas de mi devocionario, o misal, lleno de antífonas de un latín aún preconciliar. En la India y el viejo Egipto ya lo tenían por mágica estampa de la deidad. Ahora, cuando Gil Parrondo acaba de irse, me entero que la madre del oscarizado decorador tenía una pequeña plantación que los daba generosamente, imagino que en Trevías, con esa supuesta anomalía que hacía simbólicos a la suerte y a los sueños. Treviense también su pariente Eduardo G. Rico, legendario colaborador de este periódico, de "Triunfo" y "Ruedo Ibérico", izquierdoso emboscado, que diría Ernst Jünger. Los ancestros de García Rico y Parrondo eran liberales, naturistas y vegetarianos, que andaban descalzos sobre el rocío de los praus en curas y prevenciones de hidroterapia a cuyas esotéricas prácticas, casi rituales, atribuían su proverbial longevidad. Garci inmortalizó alguna escena de la casa familiar de los Rico, en Llendelabarca, para "You're the one" e "Historia de un beso", tributo a Gil.

Jorge Guillén, en edición, diminuta y maravillosa, de Manolo Arce / La Isla de los ratones, titulaba a sus poemas Tréboles. El gran poeta pucelano no tuvo en Estocolmo patrocinador para el Nobel, que se fue a Vicente Aleixandre, con mejores avales. Parrondo sí mereció, indiscutible, los nobeles y goyas del cine que le otorgaron en Hollywood y por doquier. Inolvidables las superproducciones de David Lean y Samuel Bronston, con Gil Parrondo detrás, o al mismo lado, o, mejor, enfrente, realzando el encuadre.

De la misma descubro la pasión del cineasta astur por los huevos fritos. Jean Cau, en su día Goncourt, con el que me carteé, retrata maravillosamente a Sánchez Mejías, hijo del amigo que lloró Lorca, apoderado de Jaime Ostos, pirrándose por un par de deliciosos huevos en sartén, que dejaba en prenda al Altísimo a cambio que el toro no cogiese al maestro.

En Otur-Luarca / Casa Consuelo, cuelga un magnífico Carlos Sierra, pintura hiperrealista mágica ¡a los huevos fritos!.

Leo que las autoridades municipales de Luarca estuvieron preocupadas porque en el traslado de los restos no sucediera como a Severo Ochoa, que el chófer de las pompas fúnebres se habría parado para dar cuenta de unos huevos en una curva de Canero. Sin embargo, no hubiera sido lo mismo: los fritos sonarían a homenaje, como el trébol que el gran Gil Parrondo llevaba en la solapa de su mortaja.

Compartir el artículo

stats