Suele decirse muchas veces que la música clásica es seria, que los conciertos en los que los músicos llevan traje, o se enfundan en un aburrido vestido negro que llega hasta los pies resultan soporíferos; los mismos en los que los móviles no existen -o no deberían-. Nadie que el sábado asistiese al concierto que la Orquesta Sinfónica de Saint Louis y el violinista Gil Shaham ofrecieron en Oviedo, el último de su gira en España, podría decir que fue tedioso. La predisposición y entrega de los integrantes de la agrupación, la simpatía del director David Robertson con el público, siempre con una sonrisa en la boca, y su cordialidad con Shaham, crearon una atmósfera especial, llena de miradas cómplices, como si un enorme grupo de amigos se hubiese reunido para hacer música juntos, aunque con una calidad excepcional.

El primer gran acierto llegó incluso antes de que tocaran ni una nota, con una elección acertada del programa que iban a interpretar, y casi sin proponérselo derribaron otro de los tópicos que lastran a la música clásica, en relación esta vez con el siglo XX. Tampoco ningún asistente se quejó por la relativa modernidad de la mayor parte de las obras interpretadas; la música de calidad triunfa siempre, ya sea antigua, moderna, sinfónica o para el cine, sin importar cuándo ni dónde se escribe. Esto último invita aún a una última reflexión, la Sinfónica de Saint Louis trajo a España una parte de su cultura; música escrita por compositores nativos y por otros que no lo fueron pero que Estados Unidos acogió sin reservas. En definitiva, música que les representa allí donde van y que interpretan con gran solvencia así, orgullosos y sin complejos.

"The Chairman Dances, foxtrot para orquesta" fue la obra que abrió el concierto, su compositor John Adams, con casi setenta años de edad, es uno de los más programados en Estados Unidos, historia viva de la música americana. Esta obra, de corte minimalista, sirvió como presentación del potencial que la Orquesta de Saint Louis iba a ofrecer a lo largo de la jornada. Su interpretación estuvo llena de matices, siempre atenta al ritmo impasible de la partitura, con un trabajo muy cuidado en los metales y en la percusión, que contrastó con el lirismo más refinado en los pasajes más lánguidos.

El estilo de dirección de Robertson es extremadamente personal, con gestos muy expresivos y alejados de los usos comunes europeos, aunque no por ello fue menos efectivo.

Gil Shaham, sin lugar a equívoco, uno de los grandes violinistas de la actualidad, ha convertido el concierto para violín de Korngold en una obra de repertorio, no menos importante que los grandes conciertos que el siglo XIX regaló a este instrumento. Su actuación en el Auditorio estuvo marcada por su ya conocido dominio de la técnica, con unos golpes de arco perfectamente ejecutados, su sonido limpio y un fraseo muy cuidado que, en él, es también habitual. El "glissando", un recurso usado por la vieja escuela de violín y que muchos evitan en la actualidad, aporta gran personalidad a su interpretación y también un punto travieso. Dejando a un lado la brillantez del primer y tercer movimiento, en el segundo, Shaham y la orquesta se recrearon en la disonancia de la que abusa aquí Korngold, y disfrutaron de ella en un modo único. Quizá como aspecto negativo conviene señalar algunas carencias en el balance, cuando los metales convirtieron en inaudible algunos de los temas del violín. Como propina Shaham optó por otro destacado violinista, Fritz Kreisler y su "Schön Rosmarin".

Dvorák escribió su sinfonía "Del Nuevo Mundo" cuando se estableció en Estados Unidos. Su orquestación destaca por su carácter poderoso, el mismo que exhibió Robertson y su orquesta, aquí ya con los desajustes de balance subsanados por una incisiva sección de cuerda que estuvo a la altura en todo momento, apoyando el tejido melódico del metal. La sinfonía estuvo llena de contrastes, desde la nostalgia que transmitió el corno en el segundo movimiento hasta la apoteosis final con la que termina.

La Sinfónica de Saint Louis ofreció aún una cosa más fuera de programa, la obertura de "Candide", también del estadounidense Leonard Berstein. Una obra complicada por las yuxtaposiciones rítmicas, tremendamente precisa, que interpretaron de un modo brillante en un tiempo muy vivo. Con ella concluyó este concierto, marcado por el buen ambiente y la máxima calidad.