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La bomba del Fontán | Las Crónicas de Bradomín

El bombón de Madrid

Los amores de un heredero del dulce con la hija de un distinguido empresario local

Hace ya algún tiempo escuché decir a una dama, reconocida firma de la prensa y tv del corazón, que Asturias, y más concretamente Oviedo, era tierra de hombres guapos. Incluso llegó a dar detalles y parámetros que lo atestiguaban. Nada que objetar. Un atractivo más que añadir a nuestro paraíso natural. No está en mi ánimo aprovechar ésta crónica para establecer comparaciones, ni confeccionar un nomenclátor de los adonis que pululaban por estos lares. Tampoco entrar en disquisiciones con los tunantes, pocholos, pluscuamperfectos o tiernas flores de invernadero; menos aún, de aquellos que tienen las neuronas en la entrepierna. Sin embargo, quisiera ilustrar estas líneas con un personaje singular que tuve la suerte de conocer.

Arribaba la década de los setenta cuando paseaba su palmito por la ciudad: Nacho Pidal, también conocido como el bombón de Peñalba. Había venido a Oviedo procedente de Madrid, con la intención de familiarizarse con el renombrado negocio que habría de recibir como herencia. Era el guapo más guapo de los guapos, a decir de las mujeres que habitaban en la capital. Presencia de galán, abundante de dinero y adalid de todo exhibicionismo. Era un referente en el vestir, un "trendsetter" que dicen hoy los iniciados; podía cambiarse de modelito dos y hasta tres veces al día. Verdadero inspirador para los snobs locales. Contaba con una legión de imitadores.

Como aficionado que era a los buenos coches disponía por aquellas fechas de un precioso MG descapotable, que era causa de admiración y envidia entre sus amistades. En cierta ocasión había aparcado el coche, en zona reservada, delante del Campoamor. Una vez finalizada la función, al salir del teatro vio cómo un guardia municipal tomaba nota de la matrícula; con rapidez se fue a por él entre aspavientos y elevando la voz: "Tú multa que ya me encargaré yo de quitaros el aguinaldo que nuestro negocio os da en Navidad".

De entre todas las féminas a las que Nacho tuvo la suerte de endulzarles la vida tuvo presencia destacada un bellezón de la época en toda regla: María Isabel (Maribel), era su nombre. Primogénita de don Anselmo, padre de la criatura y conocido propietario de un reputado y popular comercio de tejidos en la ciudad. La bella señorita, como no podía ser de otra manera, no pudiendo resistirse al placer de hincar el diente a tan delicioso bombón, sucumbió. El distinguido empresario cuidaba de su niña de igual manera que el abad de Covadonga lo hace de la Santina y no veía con buenos ojos la relación de su hija con semejante seductor. Los desencuentros entre padre y novio comenzaron a subir de tono. Una noche estando de copas en Los Monumentos, un grupo de amigos entre los que se encontraba el playboy, observó la presencia en la sala del padre de Maribel. Nacho llamó al camarero: "Dígale a don Anselmo que está invitado a un vaso de leche". El altercado que se montó fue mayúsculo, no pasando a mayores por la eficaz intervención del servicio.

Pasaba el tiempo sin que el futuro sucesor mostrase mucho interés en aprender los secretos de tan prestigioso obrador, por lo que decidió regresar a Madrid con la intención de probar fortuna en el cine. Los años que ejerció y disfrutó de privilegios y vida cómoda el señorito, darían juego para bastantes crónicas.

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