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Periodista

Réquiem por el rey peregrino

Ante el aniversario de la muerte de Alfonso II el Casto

Un 20 de marzo de 840 fallecía a los 81 años Alfonso II el Casto. Lo hacía en Oviedo, la ciudad donde había querido fijar su corte 50 años antes, siendo su reinado uno de los más largos y fructíferos de la historia.

Aunque han pasado nada menos que 1176 años, no viene nada mal recordarlo y hacérselo saber a los más jóvenes para que los asturianos tengamos claras las raíces que sustentan nuestra historia y el porqué de un mantenido agradecimiento.

Alfonso II fue un gobernante prudente, un guerrero valiente y un excelente constructor. Estableció relaciones con quien sentó las bases de lo que sería la Europa occidental de la Edad Media, el gran Carlomagno, organizando en tres ocasiones delegaciones astures a la corte carolingia.

Frenó el avance musulmán, con reconocidas victorias como la de Lutos, en respuesta al saqueo de la Catedral que había mandado construir su padre Fruela. También venció a los musulmanes en Naron y Anceo, consiguiendo con esas victorias afianzar su presencia en Galicia, León y Castilla, reorganizando estos territorios políticamente.

Engrandeció Oviedo convirtiéndola en una ciudad regia, dotándola de edificios cortesanos y eclesiásticos en el solar que hoy ocupa la Catedral de San Salvador. Su palacio real se disponía al sur y contaba con estancias residenciales, baños y numerosas dependencias para actividades cortesanas y administrativas. Integrada en ese complejo palaciego estaba la Capilla Real inspirada en los monumentos paleocristianos. La formaban dos pisos: el inferior o cripta, destinado a uso funerario y dedicado a la virgen toledana Santa Leocadia, y el piso alto con la capilla de San Miguel o Cámara Santa, dedicada a custodiar las reliquias del Arca Santa de Jerusalén, hoy en restauración, que atrajo a numerosos peregrinos de toda la cristiandad. Gracias a Alfonso, Oviedo pasó a ser como la nueva Toledo, construyendo un nuevo templo, dedicado al Salvador y a los 12 apóstoles, a cuya iglesia dona la Cruz de los Ángeles, emblema de la ciudad.

También mandó construir San Tirso, cuyas ventanas de tres arcos de ladrillo sostenidos por columnas de mármol y enmarcados por un alfil de influencia mozárabe, constituyen el emblema de Asturias. Asimismo, fue el artífice de la iglesia y residencia regia de Santullano, en las afueras del Oviedo de su época. Además, fundó el monasterio de San Juan Bautista de las Dueñas, hoy Las Pelayas, y construyó un buen tramo de muralla defensiva, aproximadamente por las actuales calles de San Vicente, San Antonio, Canóniga, Rúa, San Juan y Jovellanos.

Pero, sobre todo, Alfonso fue un rey peregrino. De niño, ya se fue a Samos, cerca de Lugo, donde su tía le propicio un buen refugio con los monjes, tras el asesinato de su padre Fruela. Más tarde, ante la mala sombra de Mauregato, caminó hacia tierras alavesas, buscando protección cerca de su familia materna. Finalmente, abrió camino hacia Santiago de Compostela, siendo el primer peregrino que visitó al apóstol y mandó construir el templo originario que cobijó sus restos. Gracias a él, Oviedo está en el origen de una ruta, la Jacobea, que mueve millones de personas, proyectos y voluntades.

La deuda de la ciudad de Oviedo con el rey Alfonso es grande. Por todo ello es necesario que el recuerdo de su memoria permanezca vivo 1176 años después.

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