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Funcionaria del Sespa

El hombre de la sonrisa franca

Evocación del psiquiatra Javier Montejo, recientemente fallecido

Todos los días, aunque no todos eran iguales, a primera hora de la mañana, aparecía Javier, campechano, con las mangas de la camisa remangadas, como dispuesto a ponerse manos a la obra. Siempre a la carrera, hablando por el móvil o escuchando las noticias. Antes había dejado el coche de cualquier manera, pero no por un problema de espacio...

Desde que entraba en el edificio del antiguo Hospital Psiquiátrico hasta que llegaba al despacho pasaba un rato. Entrañable y cariñoso, Javier iba haciendo paradas, interesándose por el que estaba malo, los problemas y alegrías de unos y de otros. Pasaba por Administración, les tomaba el pelo un rato, por información, por un despacho y por otro, comentaba algún caso con un compañero, charlaba con algún paciente. A éstos últimos les pedía que hicieran algún recado, que a esas horas solía consistir en comprar tabaco. Aunque protestando, iban. Eso sí, sabían que la compra era siempre por partida doble, para él y para ellos. Incluso si era necesario los mandaba que se pasasen por la ducha, siempre con la mejor de sus sonrisas. Con su agilidad y movimiento subía las escaleras de dos en dos. Ellos lo miraban y decían: "Tiene mucha velocidad".

Con un café y un ratín de charleta comentando la partida de cartas, la comida o la juerga del día anterior, o incluso cantando, iba dando instrucciones y repartiendo trabajo. Había que estar atento y saber leer entre líneas. Sincero y claro, lo que tenía que decir lo decía: no se andaba por las ramas. Es una de las pocas personas que conozco en la que, aunque estuviese enfadado, la sonrisa no desaparecía.

Trabajador incansable, entusiasta, inteligente, admitía cualquier sugerencia, escuchaba propuestas. Unas saldrían adelante y otras se quedarían en nada, pero sin que te dieses cuenta conseguía implicarte de lleno en los proyectos.

Siempre sabía cuándo había llegado el momento de irse. Sus distintos nombramientos se fueron intercalando con sus periodos de trabajo asistencial como médico psiquiatra, y siempre lo hizo con la humildad que le caracterizaba. Para él era lo mismo ser directivo que ser psiquiatra de base. Siempre era Javier. Puede parecer fácil, pero la experiencia dice que no lo es tanto.

Fuerte, luchador incansable, capaz de levantarse después de cada recaída en su lucha contra la enfermedad. Desde que me enteré de su muerte, me vienen a la mente, como si fuera una película, muchas anécdotas. Algunas de ellas, incluso dentro de tanta tristeza, me hacen sonreír. Seguro que le sucede lo mismo a mucha más gente que le conoció.

Hasta siempre, Javier, fue un placer trabajar contigo.

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