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Alberto Zedda

La estrecha y enriquecedora relación con el director de ópera

"Doy gracias por la vasta bondad que inunda como el aire la tierra y por la belleza que acecha"

J. L. Borges

Me emocionó recibir una mañana la sorprendente llamada de Alberto Zedda proponiendo un viaje a algún lugar que yo debería escoger. Mis oídos no daban crédito a la propuesta de uno de los mejores no sólo directores de ópera sino conversadores que conocía. Ha poco también me había telefoneado para que le acompañara a un concierto de la entonces mi Brubru, en el que disfruté como con todas sus cosas.

Alberto era gran amigo de Oviedo, donde tenemos magnífica, salvo cuando se distancia de los premios "Princesa", concejalía de Cultura, y, en especial, el Campoamor, donde acecha la belleza en el mejor sentido borgeano. Estaba empeñado en una mayor atención a Rossini, cuyo Festival de Pésaro dirigía con entusiasmo desbordante y contagioso. Se hizo por fin el "Viaggio a Reims" en cuyo montaje estaba comprometido con remozados arreglos. Antes había tenido gran suceso en La Coruña, que presencié, y en el Teatro Real, que no dirigió pero bien recuerdo el éxito, del que participaron Menéndez y Castañón, magníficos cantantes astures, y los acentos determinantes de nuestro Emilio Sagi.

La magia melómana de Oviedo, que no debe jamás perderse, había calado en artista de su categoría.

Tuvo la conducción artística de la Scala, el emblemático teatro de Milán, su ciudad de natalicio. Con los Caicoya y los Zozaya estuvimos Eloína y yo en la tradicional inauguración de la noche de San Ambrosio. Fue "La Vestale" de Spontini, a cargo de Mutti, con la pretensión de Zedda de dar satisfacción a los nostálgicos de Maria Callas.

Se fue también un admirador de la Asturias paisajista desde la cima de la música (la playa de Salinas, pese a su bullicio, le sobrecogía; también Peñas y la línea costera de Gozón). Saludo a Cristina y a sus amigos, entre los que están Cosme Marina y la heroica directiva de la Asociación de la Ópera.

No pude viajar luego ni a Reims ni a Pésaro ni a ninguna otra parte, pues para su larga travesía de hogaño mi boleto está sin cerrar fecha. Fue un honor su propuesta pero siento que se fuera, demasiado inquieto, sin esperar, como mucho duele la ida al destiempo del también admirable en proverbial bondad Javier Montejo, "El hombre de la sonrisa franca" de Carmen Solís.

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