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Cuando desaparece un guía

Elogio de un amigo elegante y generoso

A Juan María Urquiola lo conocí en Madrid. Llevaba un Renault 15 ligero. Estaba soltero pero era novio de una íntima amiga mía, hermana espiritual de mi esposa. Su traza era varonil y atlética; su fisonomía, abierta, limpia y optimista; su mirada, directa, noble y resuelta. Exhibía gran franqueza para exponer, disentir o dialogar. Teníamos en común muchas cosas que nos acercaban. No sólo los grandes ideales, sino las pequeñas aficiones, los hábitos y las formas de relación. Era Juan María Urquiola un hombre de dicción escogida, pulcro en el decir, vehemente y generoso, con un gesto iluminado que le prestaba un aura psíquica notable y evidente. Hablábamos mucho sobre nuestros trabajos.

Era un hombre de profunda y sincera religiosidad, que mantenía su fe vivida y practicada al margen de exhibicionismos. Mantenía la fortaleza física y atlética que consideraba indispensable para su desempeño profesional. ¿Alguien fue más refinado? Un señor elegante y pulcro, de ademanes aristocráticos y mirada inteligente. Era culto, brillante, mundano y trabajador.

Parecía un eterno joven. Se hace difícil asumir que su ausencia es para siempre. La charla con él era siempre rica y expresiva, con esa voz persuasiva y reidora. Con un carácter siempre extrovertido pero jamás incómodo, centraba cualquier reunión y convertía a un grupo de conocidos en personas que parecían haberse tratado toda la vida. Era un hombre de gustos personales muy refinados. Una figura difícil de evocar en sus justas dimensiones para un comentarista rendido al culto del amigo. La proyección humana resultaría culpable de limitar el canto que se debe al hombre de talla extraordinaria que fue.

Ingeniero industrial, dejó un gran recuerdo allí donde prestó sus servicios: Forjas Alavesas, Hidroeléctrica del Cantábrico, Grupo Masaveu, Banco Herrero, Gas de Asturias... Se nos va un amigo de verdad, de estrecha relación humana, caracterizado por una entrega a los demás con un corazón ajeno a cualquier actitud improvisadora.

He vuelto a sentir una vez más esa sensación, excesivamente frecuente a partir de una determinada edad, que mezcla la orfandad perdida de la vanguardia y la amargura. Es un sentimiento difícilmente descriptible que surge cuando desaparece otro de los que señalan el camino, otro de los guías.

Pero no conviene entristecerse. Juan María pasó por esta vida cumpliendo su misión, su noble tarea, repartiendo beneficios, evitando perjudicar a nadie, dando ejemplo de una vida de la que muchos recordaremos con creciente admiración, situándole en el alto sitial de los elegidos.

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