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Exalcalde de Oviedo y exeurodiputado

Juan Mari se extinguió

La llegada de un ingeniero vasco a la casa de una familia ovetense

Con un letrero como escapulario se lo llevaron a Francia junto a otros niños vascos, lo mismo que Lucio, mi consuegro, que apareció en el norte de Inglaterra, donde lo refugiaron los hermanos Attenbourg. Más firme la memoria de la tarde que vino a buscar a tía Lucía a casa de los abuelos en Fruela. Era "Juan María, ni Juan a secas ni José María", corregía nerviosa tía Lucía remirándose en un cuarto de baño amarillo, pleno de grifería de nombres ingleses.

Me llevaron al circo. Yo creo que mediados los cincuenta ya no se destilaba lo de carabinas, única posibilidad que tuvieron antes mis padres de asistir juntos a la oscuridad del cine.

De aquella descubrí que existía un timbre detrás de la puerta portaliega por la que, por primera y única vez, tan simpático pretendiente ("de Forjas Alavesas, que pudo ser ingeniero de minas o de caminos, pero que optó por industriales") advertía de su inquieta presencia. Tía Lucía estaba encantada; yo creo que la abuela, sin explicitarlo, también; pero el abuelo puso la nota de distancia: "No entiendo que no haya escogido caminos si dices que podía optar". En cualquier caso, el timbre pasó para mí a dar la denominación de JuanMari al escondidísimo lugar del portal, recién descubierto, inalcanzable todavía para mi estatura. El joven ingeniero, con la pretensión de interesar a su amada, se proponía llevarnos al circo a delantera. Pero a mí me daba miedo la cercanía "de las fieras", por lo que hubo de optar por "sillas sin numerar", un híbrido de asientos de tijera entre las almohadilladas y el graderío de "general". Juan, Juanmari, Juanmaría, que me liaba, compró unas rifas que no tocaron y rió ampliamente cuando el payaso Tonetti, que yo temía asociase con mi nombre, empezó a hablar del cuerpo humano como si de un mapamundi se tratara: Sudán, lago Titicaca y alguna audacia más que no capté y que ruborizó, sin duda por mi presencia, a tía Lucía, y cuyas explicaciones empecé insistentemente a pedirles, dando motivo a la primera discusión de la pareja sobre lo impropio del "speech".

Luego vino la boda en San Isidoro, oficiada por el Padre Eulalio O. P. ., director de los Dominicos, confesor de la abuela, que no pudo asistir al banquete pues estaba de luto por su madre. De monaguillos, Jaime y yo, muy contentos de colaborar en semejante acontecimiento. En el Principado hubo sesión de fotos y bien recuerdo a Pérez Yarza, al que conocí mucho en Deusto, por sus encantadoras cinco hijas, que no se aguantaba en el chaqué y hubo de subir a la habitación a cambiarse.

En la calle bilbaína María Díaz de Haro, años después, Charo San Sebastián, esposa de Pérez Yarza, me contaría que algún bromista de la familia Urquiola les había dicho que no era la boda, sino que la convocatoria era para "el ensayo de la boda", "que la boda era al día siguiente", y que no reparó hasta fijarse en la leve lágrima de tía Lucía, por lo que de un codazo le dijo a su marido: "De ensayo nada, esto es auténtico y precioso".

Coincidiendo con el 80º aniversario del bombardeado de Gernika, también se ha extinguido para siempre Juan, Juanmari, Juanmaría o cómo diablos quiso tía Lucía que aprendiera bien yo, y al que debo la iniciativa de haber estudiado en Deusto, cuya universidad desconocía por completo hasta que mi tío me lo propuso.

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