Desde hace más de 50 años, antes cada dos meses y ahora casi todos, visitaba a Ulpiano en "su peluquería" de toda la vida, donde él se inició con el prestigioso Ramiro.

En la media hora o los tres cuartos e hora que invertía en cortarme el pelo arreglábamos el país, dábamos un buen repaso al fútbol asturiano y no podía faltar el tema femenino.

¡Que gran hombre, y se nos fue! ¡Qué pena!

Cuando en la mañana llamé a Marcelino para reservar para el viernes cortar el pelo y me cuenta el trágico desenlace, al subir al tren rumbo al Centro, no pude dejar de pensar en este amigo de toda la vida, que desde hace un año lucha contra la enfermedad que definitivamente lo llevó por delante.

Hace unos meses lo encontré en el parking de la Escandalera y lo vi muy animado, lo que nos hacía pensar que lo había superado, pero unas semanas después la cosa se volvió a complicar para terminar este lunes con la noticia más triste que se puede recibir: la muerte de un amigo querido.

Durante la decena de años que viví en Madrid, cuando me tocaba el correspondiente corte de pelo, los viernes lo llamaba desde el Huerna para pedirle el corte de pelo. Nunca puso ningún problema, me esperaba hasta las 8 o más tarde, me cortaba el pelo y luego terminábamos tomando unos vinos en Casa Conrado o unas botellas de sidra en sidrerías próximas, siempre con su gracia y su sorna.

Cuesta trabajo asimilar noticias de este calado, pero la vida es así y no queda más remedio que admitirlas.

Amigo Ulpiano, estas noticias nos hacen reflexionar de la relatividad e importancia de las cosas. Muchas veces frente a los sinsabores de la vida que tienen escasa importancia, les damos mucha más, nos mortificamos por pequeñeces y pensamos que somos eternos. Por eso cuando brindamos por algún motivo y decimos: "haya salud", que gran verdad, que poca importancia le damos cuando la tenemos, que poco la valoramos y solo pensamos en ella, como de Santa Bárbara, cuando truena o nos falta.

Descansa en paz.