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Miembro numerario de la Real Academia de Medicina del Principado de Asturias

Motor de un proceso crucial

El papel del doctor Arribas en la eclosión de las disciplinas médicas emergentes

El 25 de junio, falleció en Oviedo el profesor José Manuel Arribas Castrillo, un médico ilustre que dedicó la mayor parte de su vida profesional a la medicina asturiana. Poseía un envidiable currículo iniciado en Valladolid hace más de sesenta años, que prosiguió y concluyó en Oviedo a lo largo de más de cuatro décadas. Durante este tiempo fue sumando méritos: primero en Valladolid, como profesor adjunto de Patología y Clínica Médica y, desde 1974, en la Facultad de Medicina ovetense, donde fue profesor de esa misma asignatura y más tarde catedrático. A la vez ejerció la jefatura del Departamento de Medicina Interna de la antigua Ciudad Sanitaria Nuestra Señora de Covadonga, luego HUCA, y todo ello lo complementó en el ámbito científico con la autoría de numerosas publicaciones y la dirección de muchas tesis doctorales. Fue académico numerario de la Real Academia de Medicina del Principado de Asturias.

Este breve currículo es bien explícito de la importancia de su función dentro de la medicina interna asturiana. Por su cátedra pasaron la gran mayoría de los que hoy ejercen como médicos en esta tierra. En su departamento de Medicina fue atendido un inmenso número de pacientes, en gran medida de difícil diagnóstico y notable gravedad. Asimismo, se descubre su labor en lo que atañe a la formación de especialistas.

Con ser todo ello de primordial importancia, yo quiero destacar algunos hechos que magnifican su labor. Tanto en la Facultad de Medicina como en el hospital ovetense, le cabe el honor de haber formado parte del grupo de médicos que iniciaron ambas tareas: la creación de la primera y la gran transformación del segundo. Este último cuando la Seguridad Social dio ese gran paso que significaba convertir sus antiguos hospitales, preferentemente quirúrgicos, en grandes centros dotados de las necesarias especialidades médicas. En el caso del hospital, los cambios fueron más profundos de lo en principio parece.

El profesor Arribas alcanzó aquellos tiempos en que la medicina interna veía disminuir su importancia y su ámbito de actuación merced a la gran eclosión de las especialidades médicas. En los grandes hospitales se planteó sin ambages la gran cuestión del territorio de la medicina interna, considerada tradicionalmente como la disciplina que abarcaba todas las llamadas enfermedades médicas. Sin embargo, desde hacía unas décadas su extenso contenido venía sufriendo un sustancial expolio por el desarrollo de dichas especialidades. De manera que los internistas, en el sentido más amplio del término, veían con dolor y sufrían con resistencia esta incautación.

Era evidente que la razón principal del crecimiento de estas especialidades se debía al enorme progreso de la medicina, que había traído consigo un gran aumento del cuerpo doctrinal de cada una de ellas, y un creciente bagaje de técnicas de diagnóstico y tratamiento que requerían una gran destreza y experiencia para su puesta en práctica.

El internista clásico, inicialmente, se resistía a ceder, aduciendo que la visión general de la enfermedad y la del organismo, con sus interrelaciones entre órganos y sistemas, era más cabal en sus manos que en las del colega altamente especializado. Pero el progreso de la medicina fue inclinando la balanza por el lado del muy especializado, ya que pesa mucho más el alto grado de conocimiento y el dominio de las técnicas del más experto que la visión general del internista clásico. Este hecho saldaba el punto crucial de la disputa, quedando por establecer cuál debía ser la vinculación de estas especialidades con el tronco común de la medicina interna; su dependencia o independencia.

Pues bien, esta tarea, no carente de tensiones y poco conocida entre los que no la veían de cerca, fue la que hubo de afrontar el profesor Arribas, y la que llevó a cabo en unos años, merced en gran medida a su notable capacidad para el diálogo y al amistoso talante que siempre acompañaba a las relaciones con sus compañeros, y en la que demostró, además, una gran habilidad y una notable comprensión en la concertación y delimitación de las funciones que ambicionaban tanto los internistas generales como los nacientes especialistas, a menudo no bien definidas, para de esta manera llegar a la forma de relación actual, en que todo ello se ve como si nunca hubieran existido dificultades.

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